911: Javier Aguirre, al rescate
Hasta mayo pasado esta era la promesa: seguir al frente del seleccionado de fútbol nacional sin importar los resultados, pero dos semanas después de la eliminación del TRI, en la fase de grupos, de la Copa América 2024, el entonces director técnico de la Selección Mexicana de Fútbol, Jaime Lozano, fue destituido de su cargo.
México quedó eliminado del más importante torneo de fútbol continental el 30 de junio, cuando empató con Ecuador y los números no le alcanzaron para continuar en la competición. Y, a pesar de que Lozano se comprometió a entregar un informe detallado sobre el rendimiento de su equipo, el 16 de julio la Federación Mexicana de Fútbol anunció su salida y la llegada de un nuevo cuerpo técnico, lo cual ocurrió apenas seis días después.
El pasado lunes 22 de julio, la Federación le comunicó al país la llegada de Javier “El Vasco” Aguirre como director técnico de la selección nacional de cara al proceso que buscará la clasificación del equipo al Mundial de Fútbol 2026, el cual se realizará en Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá). Duilio Davino, director deportivo de la Federación, informó además de la designación de Rafael Márquez como auxiliar de Aguirre y como el próximo entrenador de la selección después de 2026, con el objetivo de clasificar al Mundial de 2030.
Las preguntas ahora son: ¿Estos nombramientos son la solución para una lista de problemas estructurales que enfrenta el fútbol mexicano y que le han impedido escalar posiciones a nivel mundial? ¿Se ha hecho un diagnóstico profundo de cómo se maneja este deporte en el país para poder construir soluciones a largo plazo?, porque lo que es obvio para muchos de nosotros parece no serlo para la Federación: que parte de la apuesta tendría que ser empezar con una inversión para formar mejores entrenadores que, a su vez, formen mejores jugadores.
En México tampoco se garantiza la continuidad del “proyecto” futbolístico. La inestabilidad y los continuos cambios con tiempos demasiado cortos y con la exigencia de buenos resultados inmediatos sin haber construido ese “proyecto” debilita al combinado nacional, en vez de fortalecerlo.
Y no es que Javier Aguirre sea un mal entrenador. Me parece que es el director técnico con más reconocimiento fuera de nuestro país. Un entrenador que decidió tomar riesgos al llegar a Europa y que se ha especializado en salvar equipos del descenso, como al último que dirigió, el Club Mallorca, al que también llevó a una final de la Copa del Rey en su última temporada y que además sirvió para reafirmar (después de su terrible paso por Rayados entre 2021 y 2022) que aún está vigente.
Esta es la tercera temporada de Aguirre como director técnico de la selección nacional. La primera vez fue en el 2001 y clasificó a México al Mundial de Corea-Japón 2002. La segunda vez fue en el 2009 y clasificó al país al Mundial de Sudáfrica 2010. Ahora, el objetivo es el Mundial de 2026. Pero, ¿qué se busca con esto?
¿Será que a algunos dueños de los equipos de fútbol nacionales (que son los que manejan los hilos de este deporte en el país) les suena lógico que Aguirre venga a apagar el fuego?, porque el problema sigue siendo el mismo: la manera de escoger a un nuevo seleccionador nacional. Se busca al reciente campeón de la Liga o a Javier Aguirre porque no hay otra opción.
México no ha sido capaz de formar entrenadores y figuras (llámense jugadores, cuerpo técnico, visores, analistas) que arriesguen un poco en sus carreras (tampoco es que se les tenga paciencia en sus procesos) para seguir complementando experiencias que lleven a nuestro fútbol a un nivel mucho más cercano a la élite, lo que muestra muchos de los males estructurales del fútbol mexicano.
Si nos detenemos un poco, vemos que desde la pandemia se eliminó el ascenso y descenso de los equipos en las competiciones (y parece que no regresará) y no hemos vuelto a la Copa Libertadores, que significaba un roce distinto por la competitividad que implica y el nivel del fútbol sudamericano. La creación de la Liga de expansión y los cambios estructurales en las categorías inferiores han extendido la esperanza de vida de los sueños vacíos de los jóvenes futbolistas. Eso y la falta de inversión en el scouting (búsqueda de nuevos talentos futbolísticos) y visoreo, así como la falta de preparación de entrenadores que sean capaces de incrementar el talento de los jugadores para que lleguen de mejor manera a primera división, potencializando sus cualidades técnicas y físicas, ha impactado de manera negativa al fútbol en México.
Somos el único país que aspira a estar en la élite del fútbol mundial siendo manejado por los dueños de los equipos de la Liga que organizan tertulias, almuerzos o meriendas para debatir la mejor manera de llenarse los bolsillos a su conveniencia, sin apostar lo suficiente por el desarrollo de un deporte desde la base que le dé la fortaleza y el nivel de competitividad sostenible en el tiempo que tanto necesita.
De manera que, hay que preguntarse sobre los aspectos lógicos que vimos en esta reciente Copa América: ¿Aguirre puede ser mejor en la dirección de campo a la hora de tomar decisiones sobre la marcha del juego? ¿Puede plantear un mejor plan de juego a través de la combinación de perfiles y sinergias dentro del 11 inicial?
Históricamente se ha demostrado que no. Basta con ver la decisión que tomó en el partido de octavos de final en el Mundial de Corea-Japón 2002 en el que México se enfrentó con Estados Unidos. Sacó de cambio a Gerardo Torrado y a Ramón Morales e ingresó al campo de juego a Alberto García Aspe y a Luis Hernández “El Matador”. O la decisión que tomó en el Mundial de Sudáfrica 2010, cuando en el partido que México jugó contra Argentina, en los octavos de final, alineó de titular a “El Bofo” Bautista. En las dos ocasiones quedamos eliminados. Sus más grandes reproches.
Entonces, ¿por qué se busca a Javier Aguirre para dirigir a una generación de jugadores que se han quedado cortos potencialmente ante una expectativa generada? Porque la figura de Aguirre le restaría presión a los jugadores (y a los directivos) ante la prensa. Y porque, sin sorpresa alguna, nuestro fútbol es manejado por gente que no sabe de fútbol y que busca el resultado inmediato que maquille la tragicomedia que hemos sido históricamente. Además, porque buscan que Aguirre logre llevar al seleccionado nacional a jugar los cuartos de final en el Mundial de 2026, algo que no logra desde el torneo de 1986. Todas estas razones han sido más importantes para la contratación del nuevo entrenador, antes que apostar por un proyecto deportivo a largo plazo.
La llegada de Aguirre tampoco garantiza absorber el fracaso. Por todo esto, no creo que sea el momento para que “El Vasco” tome el mando de la selección. En todo caso, lo mínimo que se le tendría que exigir es que encuentre la manera de competir a partir de una combinación de perfiles (porque estos son los jugadores que tenemos y no hay más) para que los jugadores puedan dar el máximo de su rendimiento.
Por mera experiencia, supongo que Aguirre analizará y explorará a profundidad sobre la materia prima que se le presenta (y me imagino que para eso vino Márquez, que además quedará a cargo de la dirección técnica en el proceso de 2026-2030) porque, con todo y las quejas de la prensa y de la afición, estamos hablando de que de los 26 convocados a la Copa América 2024, once futbolistas participaron en el Mundial de Qatar de 2022 y han sido regulares en selección desde el proceso que realizó Gerardo “El Tata” Martino.
Así que, este “nuevo cambio generacional” del que se ha estado hablando ha sido una bomba de humo y una imposición de la directiva nacional para endulzar el oído de los aficionados mexicanos.
Porque esa es (y seguirá siendo) nuestra condena: crucificar a un Guillermo Ochoa de 40 años, pero buscar a Javier Aguirre, a punto de su jubilación, para que estabilice un titanic de fracasos. ¿Y los proyectos de largo plazo y el proceso de mejora continua de nuestro fútbol cuándo entrará en las prioridades y en la agenda de la Federación y de los dueños de los equipos?
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