La doble vulnerabilidad de las mujeres ante la crisis ambiental
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La contaminación ambiental es un problema que nos afecta a todos; sin embargo, sus efectos no son equitativos. Lejos de ser un problema simplemente medioambiental, se convierte en una burla a la justicia social, golpeando en especial a las mujeres en una situación de doble vulnerabilidad.
Las pruebas son irrefutables. La Organización Mundial de la Salud (OMS) nos dice que 7 millones de personas mueren anualmente por enfermedades relacionadas con la contaminación ambiental. De estas, 3.5 millones son mujeres. Una alarmante realidad que las coloca en la primera línea de esta batalla por la supervivencia.
Las razones son múltiples. En países en desarrollo, las mujeres son las encargadas del hogar, responsables de la recolección de agua y leña, y de cocinar con combustibles contaminantes. Tareas que las exponen a niveles desproporcionados de contaminantes como el plomo y el mercurio.
Aunque la crisis ambiental es una amenaza para la humanidad, no todos la perciben de la misma manera. Existe una preocupante brecha de género por la problemática, siendo los hombres los menos propensos a reconocerla y a tomar medidas para detenerla y protegerse, y ¿a qué se debe esta indiferencia masculina? Diversos estudios han explorado las causas de este fenómeno, revelando una compleja interacción entre factores sociales, culturales y psicológicos.
Uno de los factores más influyentes es la masculinidad tradicional. La idea de que el hombre debe ser fuerte, independiente y dominar la naturaleza ha marcado a la sociedad, creando una asociación entre la masculinidad y la explotación de los recursos naturales.
Esta visión distorsionada de la masculinidad lleva a los hombres a negar la gravedad de la crisis ambiental. Asumen una actitud de indiferencia o incluso de negación, considerándola como un problema «femenino» o «de hippies».
Los estudios lo confirman. Un análisis de la Universidad de Yale encontró que los hombres son menos propensos que las mujeres a creer que el cambio climático es causado por la actividad humana.
Como mujeres, la vulnerabilidad biológica nos convierte en víctimas aún más propensas. Un estudio publicado en la revista Environmental Health Perspectives encontró que las mujeres tienen una menor capacidad pulmonar que los hombres, haciéndolas más susceptibles a sufrir problemas respiratorios. La exposición a estos venenos ambientales también afecta su salud reproductiva, aumentando el riesgo de abortos espontáneos, parto prematuro y malformaciones congénitas.
Pero la desigualdad no se limita a la salud física. La pobreza, que afecta a las mujeres en mayor medida que a los hombres, las hace aún más vulnerables a los efectos de la contaminación. Las enfermedades y la muerte prematuras por causas ambientales impactan negativamente en la economía familiar, alargando un círculo vicioso de pobreza y desigualdad de género.
Las estadísticas no solo son números, son personas. Son las niñas que no pueden ir a la escuela por enfermedades respiratorias, las mujeres que ven su salud deteriorarse por realizar actividades de su hogar, las familias que pierden a sus madres por enfermedades cardíacas relacionadas con la contaminación del aire.
No basta con lamentarlo, es hora de actuar, de romper con estos estereotipos dañinos. Los hombres necesitan entender que la lucha por un medio ambiente sano no es una cuestión de género, sino de supervivencia. Se necesitan políticas públicas con enfoque de género que reduzcan la contaminación ambiental y protejan la salud de las mujeres. Es urgente brindarles acceso a energía limpia y segura. La educación ambiental es clave para construir un futuro más sostenible.
La lucha por un medio ambiente sano es una lucha por la justicia social. Involucrarse en esta causa no solo beneficia a las mujeres, sino a toda la humanidad. Solo así construiremos un mundo donde respirar aire puro no sea un privilegio, sino un derecho universal.
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