Gina: de Inglaterra a los ‘Picosos’

Veo el humo a lo lejos mientras cruzo la calle, se escucha la parrilla y los gritos del taquero cantando las órdenes. Por la avenida Jiménez y la calle Emilio Carranza se encuentran ‘Los Picosos de Puebla’, una taquería popular entre los estudiantes de la Universidad de Monterrey por su distinguido sazón, precios accesibles, salsa verde y el horario que los recibe para acabar una noche de fiesta. Ahí, todos los lunes, martes, miércoles y jueves hasta las dos de la mañana, trabaja Gina, una estudiante de intercambio proveniente de Inglaterra que a sus 20 años, lleva tres meses y medio viviendo en México.

Un cabello rizado y abundante, piercings y su característicos pantalones bombachos y su pelo amarrado como un turbante, que solo se puede lucir con esa cantidad de cabello, acompañan esa sonrisa con la que me recibe, al mismo tiempo que la saludo desde fuera. Ajetreada, continúa tomando órdenes, mientras sirve complementos y entrega alimentos, como si el español fuera su idioma natal. Por el contexto que la rodea, sería difícil no mencionar que el color de su piel provoca que algunos clientes la miren por unos segundos, otros la saludan por su nombre; unos le hablan lento, pero ella entiende todo a la perfección. No falta la pregunta ‘¿de dónde eres?’, seguido de intentos por adivinar la respuesta: “El Caribe, Venezuela, África”. Las expresiones de sorpresa aparecen al escuchar “Inglaterra”, lo que desencadena una breve plática que interrumpe su labor. César, su jefe y propietario de la taquería, dice estar acostumbrado y comparte que, a fin de cuentas, esa es una de las razones por las cuales la contrató.

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La estudiante de intercambio de la Universidad Metropolitana de Manchester llegó a la carrera de Letras. Tiene una pasión por viajar y conocer diferentes culturas, las cuales están presentes desde su niñez, por lo que decidió estudiar Idiomas: inglés, portugués, japonés y ahora español. Comenzó clases para aprender esta lengua a los 12 años, y aún con la oportunidad de mejorar en las otras, decidió continuar con el castellano. Pero eso no era lo difícil, ahora tenía que elegir el lugar que ella considerara ideal para reforzar ocho años de estudio.

El sonido de los trastes y las pláticas de la gente, interrumpen el momento donde Gina me platica cómo cambió las hamburguesas por una de las comidas tradicionales mexicanas, los tacos. Dos años atrás, trabajó en un McDonald’s y eso explica cómo trata con tanta paciencia a los clientes que llegan. La falta de dinero, matar tiempos libres y el interés por aprender un oficio nuevo, la animaron a pedir trabajo en la taquería que está a dos minutos de su casa.

¿ESPAÑA O MÉXICO?

2,015 contra 8,587 kilómetros lejos de casa. Eso fue fundamental en su decisión. Un espíritu aventurero, fue lo que la atrajo a un territorio desconocido sin tener donde quedarse ni a quien recurrir. Probablemente la Universidad fue un lugar donde Gina encontró personas con quien compartir, pero en la taquería descubrió compañeros que le dan ride y la ayudan a encontrar su celular. Llegó a Monterrey sin investigar absolutamente nada, lo único que conocía era lo que su familia y amigos le advertían por ver en la televisión. Se quería sorprender, por eso nunca buscó fotos, videos o artículos que le dieran una pista sobre su próximo destino.

Su única referencia sobre México era Ugly Betty, temporada uno, capítulo #22. Lo que esperaba encontrar era un país tradicional, sin calles pavimentadas, personas con sombreros de charro y botas mientras cantaban y bailaban al ritmo de mariachi. Sin querer veía a México bajo los estereotipos más comunes, pero lo que encontró fue muy diferente.

“Cuando llegué en la noche dije ‘wow’, para mi, esto no era México. Miraba todo y me parecía tan grande, es muy diferente a lo que pensé” dice mientras arquea sus cejas y agudiza el tono de voz.

La noche, los edificios y el gran flujo de carros recibieron a una Gina relajada que mientras iba en Uber, buscaba un hotel para pasar sus primeras noches. Pienso que al no tener dónde vivir, el estrés sería uno de sus principales obstáculos, pero no. “No panic, no te estreses, todo va a salir bien”, afirma riéndose, y siento que ya la conozco mejor.

Limpia la mesa en la que estoy, al mismo tiempo que me pregunta si se me ofrece algo más, esas acciones explican el porqué es tan querida. Quienes la conocen comparten la misma expresión cuando les pregunto por ella: “Claro, Gina… es súper linda”. Amigos de países que aún no conoce, roomies y compañeros de clase, desean que este año se extienda.

Le pido que describa a un mexicano y lo primero que viene a su mente son carnes asadas, Tecates y música a todo volumen, reímos, pero hace una pausa y sus gestos se vuelven serios. “Me emociona que aquí la familia es muy importante… Admiro mucho esta cultura de poner a la familia primero”.
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1994, Portugal. Tras unas vacaciones, Carlos quedó enamorado del país y decidió iniciar una nueva etapa, quedándose en el lugar que le daría a su compañera de vida, Carmelita. Se conocieron en una feria y dos años más tarde decidieron comenzar una nueva vida juntos, mudándose a Inglaterra, donde darían vida a su primera hija, Ginalda, para después extender la familia con dos hijos más: Denilson e Igor.

Una de las pilares más importantes para Gina, es su familia. Sus raíces portuguesas y africanas explican esa relación unida, no solo con sus papás y hermanos, también con sus abuelos, tíos y primos. Le pregunto quién es su persona favorita en el mundo y no me sorprende escuchar “papá”, y agrega, “el es mi mejor amigo y confidente”. El vínculo que tienen va más allá de la distancia y diferencia de horario; las llamadas no son tan frecuentes como quisieran, pero tras la pérdida de una persona importante para Gina, su nueva regla es “si pienso en alguien, lo llamo… no voy a esperar a buscarlo porque después quizá sea muy tarde”.

Su etapa más difícil en México fue cuando se enteró que su tía Benvinda había muerto en Leeds, un suburbio en el Reino Unido. Cientos de recuerdos y experiencias, como las navidades, años nuevos y cumpleaños en casa de la abuela, la hacían muy cercana a ella. Cuando se enteró de la noticia lo único que quiso hacer fue regresar a casa, pero su madre no se lo permitió, argumentándole que su tía “Yaya” no hubiera estado de acuerdo que después de tanto esfuerzo, se diera por vencida.

Gina se considera una persona muy sensible a las señales. Al llegar a casa después de un día común, subió a su cuarto y se encontró con un pájaro, lo cual la sorprendió porque no había ninguna ventana abierta. Con una mirada triste y el misterio que la caracteriza, me dice: “Se paró, me miró y se fue. Pensé en mi tía. Ahí estaba ella conmigo”.

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Así se ve Gina en 10 años, como traductora en el tribunal, trabajando en países como España, Cuba, Japón, Corea y el mismo México… Esa curiosidad y ganas de comerse al mundo la llevan a proyectarse como una mujer exitosa en búsqueda de nuevas oportunidades, sin importar el lugar, pero sin dejar de lado a la familia. Entre risas me comparte que le gustaría crear un negocio para poder mantener a sus 10 hijos.

“Siempre piensa y manifiesta cosas positivas. Dale oportunidad a las cosas y a las personas. El universo te escucha, si compartes lo que quieres en tu vida, va a suceder”, concluye, y también mi tarde con Gina, tres horas que parecieron 15 minutos. Momentos de melancolía, secretos y risas nos acompañan a la puerta para despedirnos con un abrazo que marca el inicio de una amistad. Me llevo un alma libre y aventurera, una energía que te atrapa desde el primer momento y te hace querer platicar horas y horas sin parar. Esa es Gina, la estudiante inglesa que trabaja de mesera en ‘Los Picosos de Puebla’.

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