Siempre creí que en Chile éramos como de esos países conformistas y pasivos ante los abusos de la clase política y de los sectores más privilegiados. Bien es sabido que nuestra economía es estable y que en temas de seguridad nos posicionamos muy bien en Latinoamérica, sin embargo, este «oasis», como nos calificó nuestro actual presidente Sebastián Piñera frente a nuestros vecinos del continente, estalló con el alza en el precio del pasaje del Metro (con el precio más alto de Latinoamérica) Los estudiantes secundarios comenzaron evadiendo el torniquete del pago, luego se sumaron los trabajadores comunes y corrientes, y finalmente la gran mayoría de los pasajeros, todo a modo de protesta frente a las alzas del transporte y, en extensión, a las alzas en los costos de vida frente al precario salario mínimo (a la fecha, 410,00 dólares aproximadamente). ¿Qué hubiera pasado si es que el Metro no subía el pasaje? No hay una respuesta definitiva, pero de lo que sí estoy segura es que ya veníamos acumulando un sinfín de injusticias que tarde o temprano, terminarían por estallar, o en otras palabras, cualquier gota colmaría el frágil vaso que estábamos llevando hasta ese día. Frente a la evasión y posteriores destrozos a la infraestructura privada de la ciudad por parte de grupos pequeños de “encapuchados”, creo que nos impactó de forma negativa: nuestro presidente en vez de solucionar esta crisis social mediante políticas públicas (como lo haría cualquier buen político), prefirió acudir a los métodos utilizados en dictadura: reprimir y sacar a la fuerza militar a la calle mediante el Estado de Emergencia, lo cual no sólo empeoró la crisis, sino que también conllevó a la muerte y daño de compatriotas en las ocho noches de Toque de queda, tanto por militares y carabineros (policías). Esto último hizo que el tono de nuestra protesta cambiara radicalmente, ahora no sólo nos manifestaríamos por nuestros derechos tanto en materia de sueldos, educación, salud, pensiones, por la privatización del agua, entre otros, sino que ahora exigimos justicia frente a los atropellos de los derechos humanos en plena democracia.
Así llegó el 25 de octubre, un día histórico en tema de manifestaciones masivas porque no la convocó ninguna organización, sino que fue sólo producto a la difusión de «tú a tú» en las redes sociales: fuimos más de un millón de chilenos a marchar a «La marcha más grande de Chile», en el icónico sector de Plaza Italia, Santiago de Chile. Nuestras consignas eran muy simples: protestar contra las medidas de Piñera y proponer una Nueva Constitución a modo de garantizar soluciones profundas. Y aunque seguimos con manifestaciones día a día (y de carácter completamente pacífico), el gobierno aún no ha dado respuesta por las muertes ni nuestras demandas en las calles, indolencia que ha provocado que un grupo menor de chilenos hayan llegado a la violencia al punto de saquear y quemar supermercados, bancos y centros comerciales. A este punto quiero llamar a la reflexión ¿no es más violento el presidente al no hacerse cargo de la responsabilidad política frente a las muertes? En ese sentido, tanto el gobierno como varios de los medios de comunicación sólo se han centrado en mostrar ese “vandalismo” de las protestas, haciendo oídos sordos a esta crisis que como he querido explicar, no sólo se trata de un alza de pasaje, si no que en una estructura de injusticias que nacen desde la actual constitución creada en la dictadura de Pinochet y de nuestro modelo económico neoliberal. Pero no todo es tan negativo. Frente a este escenario, los chilenos y chilenas nos hemos reencontrado y, a pesar de considerarnos un pueblo fracturado con la contingencia, hemos demostrado que estamos unidos y tenemos un solo objetivo en mente: hacer de Chile un país con las mismas oportunidades para todos, una sociedad inclusiva y equitativa en donde nuestros derechos no solo giren en torno a lo financiero, sino que también en calidad de vida, así que ¡Seguiremos en la lucha!