Estereotipos de belleza y su afectación a la salud


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Por: Esmeralda Gutiérrez

Los estereotipos de belleza constituyen un estándar que nos han impuesto desde los medios de comunicación, las marcas de moda y maquillaje y la sociedad en su conjunto. Estos estereotipos han vivido con nosotros desde hace siglos, pero han variado con el tiempo.

Antes del siglo XX, los estereotipos de belleza cambiaban según la época y la cultura. En la antigüedad, los cuerpos atléticos eran símbolo de perfección, mientras que en la Edad Media se asociaba la delgadez con la virtud. El Renacimiento exaltó las formas redondeadas como signo de fertilidad y estatus. En el siglo XVIII, los corsés impusieron una imagen refinada y las cinturas diminutas. Ya en el siglo XIX, la delgadez comenzó a ganar protagonismo, marcando el inicio de un ideal más estilizado. 

En la antigüedad, los estándares de belleza tardaban 100 años o más en cambiar, pero en el siglo XX comenzaron a transformarse con cada década. En 1910, las animaciones y Gibson Girl imponían una figura de reloj de arena con cuello largo y hombros caídos. En 1920, se abandonaron las curvas por cuerpos rectos y ropa holgada. En 1930, regresaron las curvas con prendas ajustadas, mientras que en 1940 se buscaba un físico más robusto y masculino, debido a la guerra. En los años 50, Marylin Monroe trajo el bombshell look con cinturas diminutas y bustos grandes, pero en los 60 la moda se transformó en cuadrada, delgada y sin curvas. En los 70, con el auge del feminismo, el ideal era un cuerpo largo y atlético, tendencia que se intensificó en los 80 con el culto al ejercicio. En los 90, la extrema delgadez dominó con el heroin chic, aunque también resurgieron cuerpos voluptuosos. En los 2000 las modelos de Victoria ‘s Secret impusieron la imagen de modelos altas, delgadas y tonificadas, y en los 2010 influencers como Kim Kardashian popularizaron la cirugía estética para tener un cuerpo con curvas exageradas. Hoy se promueve la diversidad, pero la tendencia apunta de nuevo a la extrema delgadez.

Piensa en tu mamá, hermana, prima o abuela y otras mujeres que han vivido más de 50 años: han visto los estándares de belleza cambiar sin descanso. Quien nació en los años 30, creció creyendo que las curvas eran el ideal. En su adolescencia, vio cuerpos rectos y fuertes en las revistas, pero al llegar a la adultez, el modelo se transformó otra vez: ahora debía tener una cintura diminuta y un busto pronunciado. Tal vez la pubertad le facilitó la transformación, pero al cumplir 30 años, la televisión le empezó a  mostrar mujeres delgadas y sin curvas, así que hizo todo por adaptarse, y lo logró solo para descubrir que, en 1970, el ideal había cambiado de nuevo hacia un cuerpo largo y atlético. Es imposible seguir ese ritmo; sin embargo, lo peor es que no solo es frustrante, sino también dañino para la salud.

Los estereotipos de belleza impuestos por la sociedad y los medios de comunicación tienen un impacto significativo en la salud mental. Un informe del Parlamento del Reino Unido reveló que el 57% de los adultos rara vez o nunca se sienten representados en las imágenes de los medios y la publicidad, lo que afecta negativamente su autoestima y percepción corporal. Además, aproximadamente el 80% de las mujeres encuestadas sienten presión social para alcanzar estándares de belleza poco realistas. Esta constante exposición a ideales inalcanzables puede conducir a insatisfacción corporal, ansiedad y trastornos de la conducta alimentaria (TCA). En España, se estima que entre un 2% y un 3% de la población sufre trastorno por atracón, caracterizado por episodios de ingesta compulsiva, seguidos de sentimientos de culpa y vergüenza.

En cuanto a la salud física, la presión por cumplir con estos cánones estéticos puede llevar a la adopción de prácticas perjudiciales. El uso indebido de medicamentos destinados a tratar condiciones médicas específicas, como el Ozempic, se ha popularizado entre quienes buscan una rápida pérdida de peso, reflejando cómo la presión social puede conducir a decisiones arriesgadas para la salud. Esta tendencia no solo perpetúa estereotipos negativos sobre la obesidad, sino que también amplía las brechas económicas y sociales, al asociar la delgadez con el estatus y el acceso a recursos. 

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