Nos levantamos cada mañana pensando en qué nos vamos a pensar. Tenemos la destreza de ver a través de los colores y elegir un atuendo que pueda reflejar lo que somos. Inconscientemente nos volvemos personas altamente influenciadas por nuestros alrededores: qué comemos, qué vestimos, cómo nos relacionamos. A fin de cuenta, nos hemos convertido en un producto de la sociedad. Moldeado a imagen y semejanza de la propaganda y del mundo “fantástico” de la publicidad.
Anteriormente, solíamos vivir del presente. Nos preocupaba que el sol saliera para que nuestros cultivos florecieran y así pudiéramos alimentar a nuestra familia. Solíamos esperar las épocas de lluvia para reconstruir lo que la época de sequía había destrozado. Nos levantábamos pensando en qué podríamos hacer diferente para mejorar, no solo nuestro crecimiento y fortalecimiento del cuerpo, sino por el del resto del mundo. Buscábamos un equilibrio.
Con el tiempo el equilibrio se ha transformado en algo pasajero. Intentamos encontrar nuestro camino a través de las tentaciones del mundo moderno, pero las grandes ideologías como el consumismo, el capitalismo, socialismo, etc.; han tomado la rienda de nuestro destino. Nos hemos convertido en un peón en el tablero de las grandes industrias. Somos productos. Somos activos.
Es imperante el anhelo de querer trascender, de querer ser reconocido, pero en la búsqueda de ser alguien ante una sociedad caemos en un abismo, un hoyo negro. Nos perdemos como seres vivos. Nos hundimos en el efecto del prestigio, en el beneficio de los bienes materiales.
Si nos ponemos a pensar, somos débiles. Incapaces de ver por la ventana de la realidad y decidir por nuestra propia cuenta cómo es que queremos que el mundo nos conozca. Creamos una imagen subjetiva de lo que esperamos proyectar. Nos volvemos la imagen corporativa de nuestra propia organización: queriendo siempre agradar a nuestro público. Nuestra vida se vuelve un circo. Un pedazo de entretenimiento –y con todo respeto–, entretenimiento barato.
Perdemos piso y olvidamos quiénes somos para fingir un rol que la sociedad nos exige. Una actuación que nos deja vacíos por dentro y llenos de adornos que difuminan nuestra esencia. Tristemente, hoy en día, somos la marioneta de las estructuras sociales, somos presas de nuestros propios deseos.
Somos, a fin de cuentas, humanos.