Asesinos: el dilema entre la revictimización y la apología
En los últimos años, a través de diferentes plataformas de streaming, producciones basadas en la vida de asesinos ocupan lugares destacados en las listas de popularidad. Series como DAHMER y MONSTRUOS, producidas por Netflix han capturado la atención de millones de espectadores y generado debates intensos sobre la representación de los criminales protagonistas. Estas series, aunque se basan en hechos reales, no solo representan eventos, también introducen preguntas sobre la empatía hacia los asesinos, la idealización del mal y los límites que separan la justicia del entretenimiento.
Una de las críticas más recurrentes a DAHMER gira en torno a la idealización de su protagonista, Jeffrey Dahmer. La serie ha recibido acusaciones por parte de las familias de las víctimas, para quienes afirman que revivir estos eventos es innecesario y doloroso. Según un artículo de la BBC News, algunos críticos señalan que centrar gran parte de la narrativa en la perspectiva del asesino presenta el riesgo de generar una empatía que disfrace la gravedad de sus crímenes. Esto plantea un dilema ético central: ¿hasta qué punto es válido convertir una tragedia real en entretenimiento? ¿Es justo para las víctimas y sus familias que sus experiencias sean tratadas como una historia más para el consumo masivo? Por su parte, MONSTRUOS –la serie de Ryan Murphy– ha generado controversias similares, aunque por motivos distintos. La serie, que aborda la historia de los hermanos Menéndez, busca explorar los motivos detrás de sus acciones. Sin embargo, algunos medios de comunicación reportan que muchos espectadores han expresado su enojo por la manera en que se busca justificar o, al menos, contextualizar los crímenes cometidos.
Si bien la intención de estas producciones es ofrecer una visión más completa y compleja de los personajes, existe el riesgo de que, al enfatizar sus motivaciones, se suavicen sus acciones o se glorifique su figura. Incluso se llega a utilizar el humor para establecer una imagen más relajada sobre los personajes.
La fascinación del público con los asesinos en serie no es nueva y el interés por entender las mentes de estos criminales ha sido constante. No es coincidencia que en las mismas series y medios de comunicación veamos a muchas personas mostrar su apoyo hacia los asesinos, asistiendo a la audiencia judicial o enviándoles cartas de amor a la cárcel. Sin embargo, en la era digital, esta curiosidad ha evolucionado hacia una forma de entretenimiento que muchas veces se consume sin reflexión crítica. Parte del atractivo de estas producciones está en la mezcla de morbo y empatía, donde los espectadores podrían intuir cierta justificación, al mismo tiempo que se sumergen en una historia que los mantiene intrigados. Pero ¿estamos normalizando el consumo de la violencia y minimizando el sufrimiento de las víctimas?
En este contexto, tanto los creadores de contenido como los espectadores tienen un papel clave. Los cineastas y productores deben cuestionar los límites éticos de sus obras y considerar las implicaciones sociales y culturales de sus decisiones narrativas. Por su parte, el público debe reflexionar sobre el tipo de contenido que consume y el impacto que éste puede tener en su percepción de la justicia, la moralidad y la violencia. ¿Cuánto tiempo seguiremos revictimizando a las personas con el propósito de entretenernos?
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