
Eduardo Galeano y el fútbol: una relación a sol y sombra
Por: José Javier Reyna Vázquez y Gael García Sandoval
Antes de pretender ser periodista y escritor, antes de tener la intención de contar la historia política y económica de América Latina, Eduardo Galeano, como casi todos los uruguayos, quiso ser jugador de fútbol. El problema, en su caso, es que solo mostraba aptitudes mientras dormía, en sus sueños. Durante el día, según sus propias palabras: “era el peor pata de palo que se ha visto”.
Ante su falta de talento con la pelota, solo le quedó la opción de aceptarse como un aficionado más. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de todos los aficionados que desarrollan un fanatismo exacerbado, que los lleva a odiar y a reprender a sus rivales, Galeano reconoció desde un principio que para él resultaba imposible privarse de una buena jugada por más que la hiciera un jugador del equipo rival.
Desde su infancia se hizo aficionado a Nacional, un club fundado en 1899 por iniciativa de jóvenes estudiantes, quienes tenían la intención de consolidar un equipo de uruguayos criollos en un contexto en el que predominaban equipos conformados, en su mayoría, por jugadores provenientes de Inglaterra y Alemania.
Nunca dejó de identificarse como hincha de Nacional, pero desde sus primeras visitas al estadio se percató que no podía dejar de admirar el talento de dos de los jugadores del acérrimo rival: Julio César Abbadie y Juan Alberto Schiaffino. “Yo no tenía más remedio que admirarlos, y hasta me daban ganas de aplaudirlos”, confesó años después.
Eventualmente, su amor por el fútbol y su carrera como escritor se conjugaron. En 1995, hace justo 30 años, llegó a librerías El fútbol a sol y sombra y en 2017 Cerrado por fútbol, en los que presenta una serie de textos cortos sobre su relación personal con este deporte, la reconstrucción de pasajes históricos y reflexiones sobre el fenómeno social que representa.
Uno de los hechos históricos que relata Galeano es el “Maracanazo”, el histórico triunfo de la selección uruguaya sobre la brasileña en el Mundial de 1950. La “Canarinha” era local en ese mundial y durante toda la justa derrotó con facilidad a todos sus rivales. Cuando se definió que iban a enfrentar a Uruguay en la Final no se generaron muchas dudas sobre su condición de favorito a levantar la Copa. En la víspera del encuentro, de hecho, los periódicos imprimieron por anticipado la portada de la victoria, estaba listo un carruaje con el que se iba a festejar en un carnaval e, incluso, los jugadores ya habían recibido relojes de oro con la leyenda grabada: “Para los campeones del mundo”.
Y a pesar de que Brasil comenzó ganando el encuentro, los goles de Juan Schiaffino y Alcides Gigghia silenciaron al Maracaná y a todo un país. “Después del pitazo final, los comentaristas brasileños definieron la derrota como la peor tragedia de la historia de Brasil”. Jules Rimet, presidente de la FIFA en ese momento, se quedó deambulando, perdido, con su discurso de felicitación en el bolsillo y la Copa en el antebrazo, como si no quisiera entregársela a los uruguayos.
Esa misma noche, según el escritor uruguayo, hubo un jugador de Los Charrúas que durante la victoria se acordó de sus rivales: “Al anochecer, Obdulio Varela huyó del hotel asediado por periodistas, hinchas y curiosos. Obdulio prefiere celebrar en soledad. Se va a beber por ahí, en cualquier cafetín; pero por todas las partes se encuentra brasileños llorando (…). La victoria empieza a pesarle en el lomo. Él arruinó la fiesta de esta buena gente, y le vienen ganas de pedirles perdón por haber cometido la tremenda maldad de ganar. De modo que sigue caminando por las calles de Río de Janeiro, de bar en bar. Y así amanece, bebiendo, abrazado a los vencidos”.

Otro de los eventos que marcaron la historia del fútbol y que aborda Galeano en su obra es el Mundial de México de 1986. Hugo Sánchez, Lothar Matthäus y Diego Armando Maradona eran algunas de las estrellas que hacían vislumbrar que el espectáculo deportivo estaba garantizado. Sin embargo, desde un principio, la organización evidenció que sus prioridades trascendían lo deportivo y tenían más relación con la implementación de lo que él llamó: “La Telecracia”.
“El estadio es un gigantesco estudio de televisión. Se juega para la tele, que te ofrece el partido en casa. Y la tele manda”, escribió Galeano. Y mandaba a tal grado que cuando algunas figuras de las selecciones más importantes se quejaron por los horarios –jugaban al mediodía, en verano, para que los espectadores de Europa pudieran sintonizar los partidos– la FIFA los desestimó por completo.
Este pasaje, a final de cuentas, revela el momento en el que el escritor uruguayo comenzó a identificar la transición de un deporte a un espectáculo y a mostrar su postura crítica sobre la misma: “En todo el mundo, por medios directos o indirectos, la tele decide dónde, cuándo y cómo se juega. El fútbol se ha vendido a la pantalla chica en cuerpo y alma y ropa. Los jugadores son, ahora, estrellas de tele. ¿Quién compite con sus espectáculos?”.
Pero Galeano, a diferencia de otros intelectuales de su generación que miraban de reojo al fútbol y lo calificaban como un opio de las masas, siguió valorando la capacidad que tenía este deporte para construir identidades y vínculos colectivos.
“Quizás el fútbol cumpla, en nuestros días, una función parecida, en mayor medida que cualquier otro deporte. La industrialización del fútbol, que la televisión ha convertido en el más exitoso espectáculo de masas, uniformiza los estilos de juego y borra sus perfiles propios; pero la diversidad, porfiadamente, milagrosamente, sobrevive y asombra. Quiérase o no, créase o no, el fútbol sigue siendo una de las más importantes expresiones de identidad cultural colectiva, de esas que en plena era de la globalización obligatoria nos recuerdan que lo mejor del mundo está en la cantidad de mundos que el mundo contiene”.
Desde este punto de vista, el autor de Las venas abiertas de América Latina reivindicó constantemente la condición política del deporte, sin abandonar su postura crítica ante la comercialización y frivolización. Y una de las formas en las que Galeano vislumbraba esa condición política era la oportunidad que tenían países históricamente oprimidos y afectados de emanciparse, por lo menos temporalmente, con un balón.
Uno de sus ejemplos fue Colombia, país que durante décadas ha sufrido mucha violencia e impunidad. Galeano, que reconocía esas problemáticas, invitaba a no reducir o simplificar la visión del país a estas. La contradicción como parte de la realidad: “Yo me atrevería a sugerir a los expertos violentólogos que antes de formular sus veredictos escuchen música colombiana, los gozosos vallenatos de Alejo Durán, pongamos por caso, y que miren algún partido de la selección colombiana, cuyo fútbol viene de la alegría.
“Y yo les recomendaría, muy especialmente, que contemplen por un buen rato una foto de la célebre atajada de René Higuita en el estadio inglés de Wembley, en septiembre del 95. Esa fue una atajada jamás vista en los estadios del mundo. Con el cuerpo horizontal en el aire, el arquero dejó pasar el pelotazo y lo devolvió con los tacos, doblando las piernas como el escorpión tuerce la cola. Pero la fuerza de revelación no está en la proeza de Higuita: esta foto es sobre todo elocuente por la sonrisa de celebración que cruza la cara del arquero colombiano, de oreja a oreja, mientras comete su travesura imperdonable”.
A 10 años de la muerte de Eduardo Galeano, resulta importante recordar la inmersión de su trabajo intelectual en un deporte como el fútbol y destacar que su mirada, siempre crítica, se mantiene vigente en la intención de entender los rasgos culturales que caracterizan a diferentes grupos sociales.
Y pasarán más años, y así como su trabajo intelectual mantiene su vigencia, también su recuerdo, ese que remite a su propio reconocimiento de lo más esencial que evoca el deporte: “Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: una linda jugadita, por amor de Dios”.
*Esta nota de la Agencia Informativa UDEM acentúa la palabra fútbol como parte del homenaje a Eduardo Galeano.
Con el objetivo de motivar la participación ciudadana y para garantizar un tratamiento informativo adecuado frente a los contenidos presentados, los invitamos a escribir a [email protected] en caso de dudas, aclaraciones, rectificaciones o comentarios.