Samy Rodríguez nunca imaginó que al despertar, escucharía el ritmo de un tambor, olería a tierra mojada, se bañaría rodeada de bambúes y vestiría un chitenge . Y sin duda, nunca pensó que en el verano 2016 estaría al otro lado del mundo, lejos de casa, misionando en Zambia, África.
La aventura comenzó, cuando Samy impulsada por la curiosidad y el deseo de misionar, aplicó para la convocatoria de Misiones Internacionales UDEM. A pesar de que la vacante ocupaba varios requisitos como: cartas de recomendación, currículo, ensayo y varias entrevistas, Samy logró ser candidata.
Después de un mes de espera, recibió la noticia de que sería una misionera internacional en África. Llena de alegría e incluso un poco de nervios, asistió a juntas de preparación semanales, tres retiros, un lánzate, campamentos y misiones rurales. Sin contar los múltiples eventos de recaudación que llevó a cabo para alcanzar el presupuesto recomendado.
Y justo cuando menos se lo imaginó, llegó el día tan esperado. Tomó un vuelo de Nueva York a Dubai, y después de más de 25 horas de vuelo arribó a Zambia, acompañada de dos fraternas. En el aeropuerto un hombre con un letrero de “Samantha” las recibió y las llevó a su hostal, en el cual se hospedaría los primeros días.
“Imaginate llegué al hostal, y había gente de todas partes del mundo como en una fiesta. Al otro lado se encontraban mis fraternos igual de sorprendidos que yo”.
Su primer choque cultural comenzó desde el momento que llegó, ¡incluso cuando dormía!. Para dormir utilizaban en cada cama una malla que los cubría de pies a cabeza, para protegerlos de los mosquitos. En la calle la gente, se impresionaba de los misioneros y les gritaba makuas (que quiere decir blancos).
Su misión comenzó en la ciudad de Mongu, con las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado. Participaron en el programa Mother Care, el cual apoya a mujeres con VIH positivo y a sus bebés. Además ayudaron a auna iglesia de la región y a un orfanato de niños con discapacidad.
En la segunda semana de esta aventura, Samy y sus fraternos fueron a una región cercana de Mongu, a enseñarles a plantar moringa. Esta semillita es fácil de transportar y de cuidar. Durante esa semana los instruyeron en el proceso de sembrado, riega y empaquetamiento.
Sin embargo, la emoción y el asombro se quedaron cortos al llegar a la tribu Losi. Durante la tercera semana, los misioneros vivieron en la comunidad, en donde lo único que los unía era el amor, la música y el baile. Al ser su idioma el silosi, la barrera cultural estaba mucho más alta, pero Samy disfrutó de cada momento que estuvo ahí.
La tribu Losi, los acogió abiertamente y los incluyo en sus actividades diarias. Incluso les construyeron una casita con barro y bambúes en donde pudieron pasar la noche.
“Fue una experiencia única, el solo estar cantando, bailando, jugando con ellos, sin importar de donde veníamos o cual era nuestro idioma”.
Samy sigue viviendo esta experiencia a través de su testimonio y del grupo de misiones que actualmente forma parte.
¡Tú como Samy, también puedes vivir tu propia aventura misionera ! ¿Qué estas esperando?