Las piedras rodantes no puede obtener satisfacción
Por primera vez, aunque siempre me he vendido como el clarividente de la literatura en la carrera, no sé de qué escribir. Desesperadamente tijereteo un artículo sobre los Rolling Stones para desaparecer el óxido de mi mente.
«¿Dónde está tu opinión?», me pregunta Macarena, satisfecha por la escritura de su columna, y detrás de ella aparecen las otras columnas ya publicadas de mis compañeros: Asesinos, Mujeres en la Política, Tecnología, Redes Sociales, Empoderamiento, Tropicalización, Culiacán Sinaloa, Caras Silenciadas y el asquerosísimo tráfico de nuestra Ciudad de Monterrey.
Lo que me resulta fascinante de mi estancamiento reconocer las cosas que, además constituir mi perspectiva romántica, son una condena: los entrenamientos, el fútbol y el pasado con la ambigüedad del futuro; estos mismos me remiten a una idea que Julian Herbert me comentó en la Feria del Libro: “Yo creo que la mayor parte de las cosas que le pasan a uno como artista están hechas por un azar muy particular. Yo creo que un escritor tiene que ser súper disciplinado. Eso lo creo firmemente.”
Más allá de que la conversación se dirija al ámbito literario, en la carrera de Comunicación –multifacética como es– quedamos en medio de nuestra ambigüedad. Justificada, por mismos dirigentes y por extraños con frases como “Es que ustedes donde aprenden es en la práctica…” pero a la hora de reflexionar, ¿Sabemos cuál fue la práctica? La entrega de un producto hecho con lo mínimo indispensable. Pero eso sí, nuestras publicaciones de Instagram se ven destacadas en un furor estilístico ahora llamado: Aesthetic.
Mucho tiene que ver cómo (no) procesamos los fenómenos que nos rodean. Desde la pandemia se ha popularizado la frase “es que todo es subjetivo y cada quien puede pensar lo que quiera”. Por eso para mí el tema de no obtener satisfacción, en la desdicha de vivir automatizado, me parece más grave de lo que se cree: porque solo nos limpiamos las manos para no hacernos responsables de entender a nuestra sociedad y sus cambios; sobre todo porque nuestra carrera cambia todos los mendigos días, sin descanso. Nosotros, comunicólogos, periodistas, marketeros, cineastas y presidentes de asociaciones, nos debemos hacer responsables. Tenemos que leer todo, ver todo, observar todo, conocer todo: maestros, alumnos, compañeros, colegas, intendentes, albañiles y colaboradores.
Me parece que en eso también existe una ligera confusión con la rebeldía. Porque todo esto viene relacionado con el tiempo de trabajo que tenemos con la práctica, la insufrible necesidad de crear (algo) en el menor tiempo posible sin necesariamente ser efectivos. Que los rayos de inspiración, relacionados con las experiencias pasadas, lo burdo y lo táctil, se vean reflejados dentro de nuestros trabajos más “personales”. Lo digo igual como autocrítica de la romantización de la bohemia, las letras, el humo y la crisis de ansiedad que sufrí la semana pasada. Somos capaces de decir lo que queremos y medianamente imaginarlo, pero nunca ejecutarlo. La piedra rodante no puede obtener satisfacción.
Por otra parte, tampoco es un instructivo gurú para obtener el éxito. Solo es la recreación de mi diario personal hecho una columna. En este mismo aire de evitar las dificultades, cuando alguien se ve involucrado por primera vez en un debate donde, más allá de que se vean en riesgo las ideas con las que los educaron sus padres, es encontrar un estado de perfecto resentimiento: el silencio.
He llegado a la conclusión -creo yo- que la profundidad de los temas me genera una risa catártica, no he de mentir. Me pregunto, ¿Qué inteligencia artificial les escribió su artículo? o ¿Qué hilo de Twitter se copiaron para escribirlo? Misterios que solo nuestro señor Jesucristo y el rigor periodístico guardaran en silencio bajo los pecados del mundo, y en las lagunas de nuestra firma de honor.
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