Pedro Páramo en Netflix: reminiscencia de México
El eco de voces extrañas rebota en las paredes de los hogares mexicanos, mas lo hace de un modo… ¿nuevo? Es imposible saberlo con precisión. Detrás de la reciente versión cinematográfica de Pedro Páramo (2024) yace más que una nueva adaptación (hubo otras; las más recientes vieron la luz en 1967 y 1978): las reminiscencias de Comala, ese pueblo que existe… Pero que es imposible ubicar en un mapa. Y seguirá siéndolo, pues Comala, ese infierno descrito originalmente por Juan Rulfo en su novela más conocida, está en todas partes. Comala es reminiscencia del pasado borroso, nuestro pasado, el de todos los mexicanos.
Antes de seguir, aclaro que el propósito de esta columna no consiste en elaborar una crítica cinematográfica de la nueva versión de Pedro Páramo. Sería un charlatán si afirmara que tengo las licencias para ello. Además, a un mes de su estreno en Netflix, deduzco que los interesados en leer críticas de cine ya habrán leído varias. Prefiero enfocarme en abrir el panorama: ¿qué queremos ver ahora en esta trama, en la que Juan Preciado buscará para siempre a su padre?
¿Cómo es que Pedro Páramo –la novela de 1955– ha cautivado, con su nueva adaptación fílmica, el interés de los mexicanos en pleno 2024? Soy consciente de la importancia que tiene la obra literaria de Juan Rulfo tanto en nuestro país como en la patria extendida –es decir, nuestra lengua–, pero el hecho de que alcanzara el segundo puesto entre las películas más vistas en México me sumergió, aún así, en una reflexión a lo largo de tres semanas.
¿Por qué reaparece esta obra, 46 años después de la adaptación (al cine) más próxima en el tiempo? ¿Qué intentan comunicarnos los fantasmas del pueblo que creó –o encontró– Rulfo, mediante una esta nueva película, cuyo estreno llegó tras casi 70 años de su primer registro en papel? A menudo, las obras que tienen una gran relevancia, regresan –tarde o temprano–, con el fin de que las interpretemos, y nos interpretemos, una vez más. Juan Preciado –Ténoch Huerta– está de vuelta: nos guía ahora, como en décadas anteriores, a una parte de nuestra colectividad que permanece en el abandono: a Comala. Un sitio que hemos visitado tantas veces y, al mismo tiempo, se nos presenta como ajeno en primera instancia, como un lugar desconocido por el cual ya transitamos… como un déjà vu.
Quienes busquen en Google la ubicación de Comala, se enfrentarán a un debate ridículo. Que si Rulfo tomó como modelo este pueblo o este otro, que lo hizo por esta razón o aquella. Pero señalar la localidad en un mapa nos habla de una persona más que perdida. Comala es, para los mexicanos, el infierno desolador que nos arrastra al pasado una y otra vez, puesto que fijó su presencia en el núcleo de nuestra historia. Es un pueblo ficticio y, sin embargo, real. Comala es –y no es– el mismo sitio: representa el rencor que encadena nuestros pies a un pasado que vemos con claridad. O, mejor dicho, que creemos ver con claridad. ¿Acaso el rencor hacia la injusticia que padecimos y padecemos lo hemos dirigido todo el tiempo, sin percatarnos, a nuestro propio reflejo?
Desconozco si Rodrigo Prieto (director) y Mateo Gil (guionista) hicieron una decisión de carácter estético y/o comercial cuando al dar cierto orden a la temporalidad a este filme, dentro de los parámetros que la narración de Rulfo permite hacerlo sin arruinar su sentido. De cualquier manera, me parece un recurso fascinante, pues transforma la narrativa original en un producto más accesible –apoyado por el lenguaje audiovisual– para el público en general. Lo anterior, sin duda, dio pie a la alta popularidad de la película y, por ende, logró acercar al público –sobre todo al mexicano– a ver de frente sus fantasmas y asimilar los ecos del pasado. Si las personas consiguen entender lo que enfrentan como alegoría o no lo consiguen, es lo de menos. Pedro Páramo (2024)logra su propósito: impactar, de un modo u otro, aquello que desconocemos de nosotros mismos.
En caso de que aún permanezca la incertidumbre del lector respecto mi opinión de la cinta, daré una breve respuesta: a quien sigue sin ver la última versión audiovisual de Pedro Páramo, le sugiero hacerlo; así mismo, a quien ya la vio pero sintió confusión (antes de llegar al presente párrafo) durante la lectura de mi columna, le sugiero volver a reproducirla.
Me permito asegurar que, con cada reproducción que hagas de Pedro Páramo en Netflix, notarás algo nuevo. Y, si en algún punto estás seguro de que no queda nada por ver en la cinta, seguro tendrás la necesidad de recurrir a las producciones previas, tanto las versiones que se destinaron a la pantalla grande como la novela de Rulfo. Cuando lo hagas, trata de recordar quién eres respecto a la historia del país, pero no cometas el mismo error que los personajes de Comala: en algún punto de sus vidas, Juan Preciado y los habitantes del pueblo confundieron un recuerdo con su anhelo; por eso siguen buscando algo que ya no existe, atándose a un pasado que posee su fantasma. Ahí habitarán por toda la eternidad. Aunque, como todos los fantasmas, regresan cada cierto tiempo para pedir nuestra ayuda, ya sea como novela o a través de Netflix.
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