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Ilustración: Abigail Moreno.

La escena musical regia: auge (y ¿caída?)


Por: Lucía Garza

Aún seguía dentro del carro, pero ya flotaban en mis oídos los potentes solos de guitarras y los estridentes golpes de platillos. Al bajarme lo único que olía era una intensa combinación entre humo de cigarros y agua de drenaje. Un grupo de jóvenes de no más de 25 años, dos hombres con cuerpos llenos de tatuajes y una mujer con lentes oscuros –aún con el reloj marcando las nueve de la noche– fumaban y platicaban, como si emularan a Charly García en la portada de Clics Modernos.

Estuvimos encerrados en el auto un buen rato antes de encontrar dónde estacionarnos. Desesperados, nos quitamos de encima los instrumentos que nos asfixiaban en los asientos traseros y sacamos el resto de la cajuela. 20 minutos de vueltas en el carro y otros 15 de caminata. Entre evadir a otras personas, el peso de lo que cargaban y las diminutas banquetas, el paso era lento.

Álex caminaba por la calle con su cabellera larga sin recoger –algo que solo hace cuando toca en vivo–, la cual se movía con el aire y, de vez en cuando, tapaba su vista. Cargaba el estuche de su bajo en una mano y su sombrero de caza de piel –con un bordado de la hoz y el martillo– en la otra. Sus botas negras de piel pisaban charcos turbios, pero eso no le impedía caminar con prisa y delante del resto del grupo. Diego, en su mera exaltación, hablaba rápido y con emoción, como un niño justo antes de entrar a un parque de diversiones. Vestía una camiseta blanca y lisa, pantalones negros de mezclilla de los cuales colgaba una cadena y un chaleco negro dosmilero con el que insinuaba su admiración por José Madero y Gerard Way. A su lado platicaba Elías, recién bañado y con el olor a su mejor loción, sus rizos peinaditos con gel, puesta la camiseta de botones bien planchada y fajada que se había convertido ya en su uniforme y unos lentes de sol colgados en su cuello. Ellos dos, los frontmen, con sus estuches de guitarra en mano. 

––Güey, si no se arma el mosh cuando toque Isla (en el Desierto), lo empezamos nosotros––, dijo Diego.

––Más vale. Luego dicen eso, lo empiezo y no me siguen la onda–– respondió Álex, pronunciando sus primeras palabras desde que bajamos del auto.

––Yo sí le sigo, pero empiézalo tú–– contestó Héctor, el más callado y menos unido de los cuatro, pues recién se integró al grupo hace pocos meses tras la partida del baterista previo. 

Luego de atravesar varias calles y aceras estrechas, llegamos al fin a nuestro destino: el icónico e inigualable Café Iguana que, junto con varios bares en Barrio Antiguo como Major Tom, Tres Dos Tres, Nodriza y Estudio C, es el preferido de la escena, según afirma Álex. 

Ingresamos por la puerta trasera. El cuarto de ladrillos al que le llaman backstage era pequeño, con una ventana a través de la cual era posible ver el escenario. Un hombre alto y delgado afinaba su guitarra en el único sillón disponible. El ambiente seguía un orden caótico, uno que sólo puede salir de un cuarto de cinco por cinco metros en el que cuatro bandas y más de 20 músicos sacan cables y acomodan sus instrumentos en la víspera de su salida al escenario. 

Los miembros de Lost Indigo, mis anfitriones, saludaron a otros músicos presentes. Y a pesar de que no me conocían, se acercaron a mí y me saludaron como si fuera una persona más de la escena. 

––Eh, güey, ¡no sabía que ya tenían groupies!–– dijo uno de ellos, dirigido a Álex, quien rió y luego me miró avergonzado. Sin embargo, se calmó al notar mis carcajadas hacia el comentario. 

Después de asegurar que todo su equipo estaba listo para montar, Elías sugirió salir al bar con el resto de los músicos y el público: 

—Una caguamita no me caería nada mal.

––Espera, solo déjame ir al baño— dijo Álex. —Siempre he querido mear en este baño, ahí mismo meó Cerati en el 2004.

Salimos del backstage por una pequeña puerta escondida directamente debajo del escenario principal. Caminamos hacia el bar; apenas podíamos movernos por la enorme cantidad de gente, por lo que decidimos ir al de la terraza. Pasamos otro de los pequeños escenarios, donde tocaba una banda que no conocía. Al subir las angostas escaleras, veía al vocalista gritar a su micrófono y hacer a su larga cabellera bailar ante una docena de personas en el público. 

Ahora sí, todos con una caguama helada en mano nos acercamos de nuevo al escenario principal, listos para escuchar a la banda que iniciaría lo que iba a convertirse en una larga noche de música, baile y sudor, así como la última vez que Lost Indigo tocaría como grupo en vivo.

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Lost Indigo llegó a ser una de las bandas más reconocidas de la escena regia y su música aún está disponible en algunas aplicaciones como Spotify. Foto: Lucía Garza

Docenas de voces echándoles porras, cantando sus canciones. Parece ser increíble. Pero ser músico tiene sus dificultades, especialmente cuando apenas están empezando su trayectoria. Poco dinero, poca audiencia, poca experiencia. Ser uno de cientos, hundirse en la enorme lista de bandas. Tener que resaltar, que innovar, crear algo nuevo.

Tuvé, diría yo, es el perfecto ejemplo de una banda promedio en la escena actual: canciones indie rock intemporales: si estuvo hecha en 2009 o en 2016 o en la actualidad sería imposible saberlo, pues en cualquier año hubiera sido popular. Comparable con artistas como Valarosa, Stereo Mama y Luisa Vox, son representantes de un movimiento de indie rock que está muy presente en la escena y que no da señales de irse pronto.

Con dos guitarras y dos vocalistas, los conciertos de Tuvé son dinámicos: cambios de tono musical, de voz, de ritmo. Es un ambiente que invita al baile, nostálgico; aún si es la primera vez que los escuchas en vivo, de alguna manera generan la sensación de que lo has hecho antes. Los propios músicos bailan sus melodías y el público canta al unísono el nombre de los miembros entre canciones, echándoles porras. 

La banda tiene un total de 18 canciones en plataformas de streaming, las primeras 10 divididas en dos EP: Deja Vú (2020) y Amor? (2021). Aún con más de cuatro años de trayectoria, Tuvé nunca ha lanzado un disco.

“Algo que le falta a muchos artistas es ser constantes en cuanto a contenido, a buscar tocadas, a hacer más networking, no solo con artistas, sino con gente que te pueda conectar a tocadas o entrevistas, la gente que hace pitches editoriales en Spotify. Eso es lo que hace la diferencia ahorita entre que un artista independiente tenga éxito o no”.

“Ahora puedes sacar puros sencillos o hacerte viral en TikTok, no es necesario un disco completo”, me dijo en entrevista David Coronado, exbaterista de Gama, una banda con éxito a nivel nacional a finales de la década de los 2000 y principios de los 2010. Esta, a diferencia de la mayoría de las bandas y solistas en crecimiento, lanzó dos álbumes: Parar El Tiempo, en 2009, y Ama, en 2013. Sin embargo, lanzaron también un EP con la finalidad de darse a conocer antes de poder realizar un disco entero; este lo repartían de manera gratuita en forma de CD al acabar una tocada o a sus amigos y familiares. Fue con esta técnica que sus sencillos llegaron a salir en la radio a nivel nacional, en MTV y en Telehit, plataformas que ya no son igual de populares –y por lo tanto accesibles– que antes.

A falta de este tipo de canales, hay artistas que han recurrido a métodos nuevos para promocionarse. Mike Lamadrid, por ejemplo, es un artista regio emergente de rap que lanzó una dinámica en la que es posible comprar regalías de su música y así gana dinero con las reproducciones en Spotify y otras plataformas. 

“Está involucrando a más gente; se me hace una dinámica muy innovadora y muy chida. Es algo nuevo y es algo que le va a ayudar mucho a financiar su proyecto”, aseguró uno de sus productores, Luis Guadarrama. “Algo que le falta a muchos artistas es ser constantes en cuanto a contenido, a buscar tocadas, a hacer más networking, no solo con artistas, sino con gente que te pueda conectar a tocadas o entrevistas, la gente que hace pitches editoriales en Spotify. Eso es lo que hace la diferencia ahorita entre que un artista independiente tenga éxito o no”.

La escena ha tenido que adaptarse y aprovechar estos cambios digitales que han crecido tanto en los últimos años. Como aseguró Coronado, ahora se depende mucho más de redes sociales como TikTok o Instagram. Sin embargo, el guitarrista y vocalista de Zelia, Luis Elizondo, es de la opinión de que “un problema al que se meten muchas bandas que están empezando es que pegan en redes sociales pero no pegan en vivo. A corto plazo puede estar bien, pero a largo plazo sí te afecta”. Que escuchen la música de un artista no significa que quieran o puedan ir a verlo en vivo; es muy común que grupos, como Los Insurgentes, Clubz o Difuntos, adquieran una cantidad alta de reproducciones en plataformas de streaming musical como Spotify y Apple Music, pero que tengan una suma proporcionalmente baja de seguidores en redes y público en conciertos. Del otro lado, están bandas como The Warning, que tienen un gran número de seguidores en Instagram y TikTok –950 mil y 600 mil, respectivamente–, pero que sus canciones más populares, “Choke” y “Money”, tienen apenas entre 14 y 13 millones de reproducciones en Spotify (que sí, es relativamente poco). 


Durante una sesión de práctica en el estudio La Calavera se añadieron varios toques al segundo futuro sencillo de Diego Arcq –ahora exguitarrista y vocalista de Lost Indigo– como solista: “Anhélame”. Rafa Saldaña, el baterista original del grupo y quien ahora acompañaría a Diego para la práctica, ajustes y grabación de esta canción, llegó unos minutos después de nosotros. 

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Grabación de “Anhélame”, segundo sencillo de Diego Arcq como solista. Foto: Lucía Garza

—Escuché varias veces la maqueta que me mandaste. Está muy chingona, güey.

—¿Le cambiaste mucho?

—No, la neta no. Le agregué uno que otro fill por ahí, pero la dejé casi igual.

Encerrados los tres en un pequeño cuarto insonorizado, los golpes de los tambores de Rafa hicieron retumbar mis oídos en el segundo que iniciaron a calentar.

—Ahora sí. ¿Listo? —preguntó Diego.

Rafa asintió con la cabeza e inició la cuenta con sus baquetas. —¡Un, dos, tres, cuatro! —un intenso y melódico ruido llenó el diminuto espacio, parado después de unos segundos por Diego.

—¿Sabes qué? Entra en el tom, mejor.

La sugerencia dada en este momento fue la primera de muchas que se darían en las siguientes dos horas: cambios de fills, agregar o quitar pausas, variaciones de tiempos y otras cuantas cosas incomprensibles para alguien que no está inmersa en la jerga musical. 

Para esto no siempre paraban la canción o empezaban de cero; Diego, en vez de cantar la letra, le daba instrucciones y señales a Rafa: “pausa”, “entra el solo”, “lento”, “rápido”. En algún momento, le indicó que quería que suene –en sus palabras– floaty. De alguna manera, el baterista entendió a lo que se refería y contestó con otro adjetivo que coincidía con la visión.

—Angélico.

Entre prácticas y descansos, Diego hizo sonar el riff de una canción que tocaban en el escenario junto a Lost Indigo: “Especial”. Rafa, sin decir una palabra, tocó su parte y se unió a lo que se convirtió en una sesión improvisada de 15 minutos, en la que se incluyeron otras canciones que solían interpretar, como “Selfless”, de The Strokes, y otras de sus temas originales. 

“Muy seguido me tomo una pausa para improvisar”, afirmó Diego. “Siempre tiene que haber un componente de diversión o de juego cuando estás ensayando, porque si es nada más tocar la rola –si te casas con tu idea original y no improvisas– sí sale, pero se siente más monótono. Al estar pendejeando sale mejor”. Esto no solo aplica a ensayos: las sesiones de grabación son igual de improvisadas y espontáneas. 

Fue unos días después que ambos entraron a la cabina de grabación de El Townhouse, una casita convertida en estudio que se ubica en San Pedro Garza García. El productor que ayudaría con el proyecto, Luis Guadarrama, ecualizaba el equipo y revisaba el sonido mientras Rafa calentaba y Diego conectaba su bajo. Se prendió el metrónomo y reprodujo la maqueta que compuso Diego a través de las bocinas para replicarla en vivo. A manera de práctica, tocaron la canción completa juntos.

Luis comenzó a grabar la sesión, pero la interrumpió después de unos minutos con el propósito de darle notas a los artistas. Era un ambiente completamente colaborativo: no era uno u otro que tomaba las decisiones creativas, sino que se daban y pedían opiniones simultáneas de todos los involucrados. Tras unas horas de múltiples tomas, sobrepuestas unas sobre otras, Rafa –quien grababa en un cuarto separado al resto– regresó a la sala de control para escuchar cómo quedaba y escoger qué parte de cada grabación eran las que consideraban mejores, puesto que se usarían en la versión final. En este punto, la reunión se convirtió en una sesión de lluvia de ideas que consistió en que Rafa iba y regresaba de la cabina unas cuatro o cinco veces para grabar, regrabar, proponer y desechar las docenas de composiciones propuestas. 

—En mi mente sonó cabrón— murmuró en una de estas instancias fallidas.

“Siempre tiene que haber un componente de diversión o de juego cuando estás ensayando, porque si es nada más tocar la rola –si te casas con tu idea original y no improvisas– sí sale, pero se siente más monótono. Al estar pendejeando sale mejor”.

De alguna manera, aún con sus diversos estilos y propuestas, los tres estaban en la misma página. Una de las muchas sugerencias de Luis para la parte de la batería fue no pegarle “a la tarola, mejor en el tom”. Rafa siguió sus instrucciones y replicó la visión. Luis se emocionó al escucharlo y dijo—¡Ándale, así, eso!, pero una cosa más…

—Empiezo en el crash— interrumpió Rafa.

—Tú sí sabes.

Después empezaron a grabar las múltiples partes de guitarra. Ya con el pedal de elección conectado, Luis se apropió de la guitarra y jugó con diferentes notas hasta que encontró algo que le gustara. Diego entonces lo replicó sin ningún problema –los tres minutos y 12 segundos corridos– en el primer intento. Luis, después de mover la cabeza con los ojos cerrados al ritmo durante la toma entera, detuvo la grabación y gritó:

—¡Mr. One Take!

Otra parte de guitarra, otra toma. Una y otra vez. Y aunque Diego ya tenía una visión exacta de lo que quería, se hicieron varios cambios inesperados. Claro, varios fueron deliberados, como el cambio de notas que le hizo Luis para que suene más dramático, pero también hubo accidentes que resultaron ser ideales: una nota incorrecta que armonizó perfectamente con otra parte, slides accidentales y simplificaciones de riffs previamente complejos.

Luis ajustó los niveles y el volumen de las partes grabadas en su computadora y acomodó todo lo que se decidió que se usaría. Quedaría ahora grabar la voz y hacer la masterización de la pista, pero eso sería una tarea para otro día.

Al irnos, le pregunté a Diego algo que estuvo en mente durante las cuatro o cinco horas que estuvimos ahí: 

––¿Cuánto te está costando grabar esta canción?

Se rió, pues ya sabía a dónde iba esta conversación.

––En total son como 4 mil 500 pesos. Pero hay opciones que son mucho más caras. Te puede costar hasta 20 veces más, pero eso es lo más caro que hay, solo lo pagan bandas tipo Serbia y The Warning, gente ya más popular que sí recupera esa lana. Pero sí es un pedo. Cuesta un chorro y no genera nada de dinero. No es algo a lo que te pudieras dedicar en tu sano juicio hoy en día, al menos de que seas un nepo baby o ya tengas la lana para poder conseguir productores y todo lo que necesitas fácilmente.

Es sabido que, a menos que seas un superestrella, como músico se gana poco. Apenas y se generan centavos a través de reproducciones en plataformas de streaming y, cuando tocan en algún local, solo hay ganancia si venden suficientes entradas para recuperar lo que se le invirtió a la organización del evento. “Como artista lo que más te da lana son las tocadas”, dijo Luis Elizondo.

Lo mismo mencionó Coco Santos, guitarrista y vocalista de la banda regiomontana Clubz, en una entrevista del 2018 con Rich González: “Al principio las bandas no ganan bien, entonces cobras lo que sea. Lo que no me gusta es tener un montón de followers o fans y no te van a pagar más, esa fue nuestra experiencia. Por estar aceptando cosas mal pagadas, ya no creces, te quedas ahí”. 


“Anhélame”, al igual que el resto de las canciones escritas por Diego, tiene un estilo muy mezclado: influencias de bandas como Arctic Monkeys (específicamente sus primeros álbumes), The Strokes, Maneskin, Franz Ferdinand y cualquiera del movimiento emo de los dosmiles, un rock alternativo con toques indie y punk. Su estilo contrasta con el de las canciones de su compañero de banda y cocompositor, Elías, quien tiene un estilo más cercano a artistas como Cage The Elephant, The Kooks y Catfish and the Bottlemen; en otras palabras, posee un giro más indie que su contraparte.

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Circus’ End toca algunos de los subgéneros de rock más populares de la escena local. Foto: Lucía Garza

Ambos géneros, o una combinación de ellos, prevalecen en la escena regiomontana. Dentro de la escena del rock –la más popular en Monterrey– está el indie, que incluye bandas como Tuvé y Lost Indigo, y el shoegaze, dream pop y noise rock, dentro del cual se encuentra Circus’ End.

Verlos en vivo es como tomar una máquina del tiempo a los noventa. Con un aire similar a grupos como Slowdive, Lush y My Bloody Valentine, el movimiento del shoegaze en Monterrey está lentamente reviviendo el espíritu de un género dado por muerto. Su sonido es como estar en un sueño; un ruido distorsionado y, de alguna manera, coherente, que da un sentimiento extremo de melancolía, disociación y una triste nostalgia.

En un lapso de cuatro años, este grupo se ha convertido en uno de los nuevos favoritos de la escena. Ha crecido de una manera exponencial. Y no es por nada: tres EP en cuatro años, constantes conciertos y una imagen y originalidad impresionantes; los puntos clave para ser exitoso: “Si tienen un sonido muy único o que no se asemeje a los además, destacará”, me dijo Santi Hinojosa, guitarrista de Circus’ End y Sanem, otra de las bandas más populares de la escena. Otro punto importante que mencionó el propio Hinojosa es que la música esté disponible y accesible: “Tener canciones en streaming también ayuda un buen, porque puede salir en la radio de Spotify o en el Discover Weekly o que te agreguen a alguna lista de reproducción y que otra gente la escuche”.

La base de fans de Circus’ End es extremadamente leal, lo que es evidente no solo por el hecho de que siempre hay personas que cantan la letra junto con la vocalista, sino también porque en cada tocada se ven los mismos rostros familiares. Para Álex, “la escena es un gran grupo de amigos. Todos se conocen, todos se van a ver entre sí”. Y aunque suele haber personas nuevas de vez en cuando, estas son relativamente pocas. El número de fans es grande, pero poco cambiante. 

“Las bandas locales no crecen, en parte porque los fans son personas muy específicas a las que les gusta ir a verlas”, opinó Luis Elizondo. “Llega un punto en el que ya la raza te conoce, pero ya no te expandes porque sigues tocando en los mismos lugares y con la misma gente. Por eso hay varias bandas que empiezan a irse a otras ciudades; ya una vez que abarques toda la escena local, tienes que irte a otras escenas y expandirte allá también”.

Una víctima de este fenómeno es Isla en el Desierto, una novedad emergente de la escena. Al igual que Circus’ End, ellos vienen con un plan de darle una vida nueva a un género, esta vez al ska y al reggae, con una fusión tropical y de rock latino progresivo. 

Su presencia en el escenario es inigualable. El espacio en el que se presentan siempre está iluminado de colores brillosos y cambiantes, y decorado con signos neones. Allá arriba son seis personas con todo tipo de instrumentos: un teclado, un saxofón; Isma, el vocalista, toca unas congas y canta a través de un megáfono de manera extravagante. Y, como mencionó Diego, nunca falta el mosh pit en su canción más popular con la audiencia y, por ende, con la que suelen cerrar: “Fractal Es”. 

La banda, en comparación con la mayoría, se toma su arte muy en serio. Es notoria su pasión por la expresión de sus ideas a través de la composición e interpretación musical, al igual que su deseo de hacerlo de manera profesional, por lo que tocan en vivo con frecuencia y han llegado a presentarse en festivales como el Machaca Fest. A pesar de que han crecido mucho en esta ciudad, se encuentran atascados. 

Como mencionó Elizondo, darse a conocer a nivel nacional es algo vital para el crecimiento de un artista. José Pablo “JP” García, guitarrista de Serbia, expresó una opinión similar en un podcast-entrevista guiado por Jacobo Wong: “Algo que nos ha diferenciado de otras bandas regias es que salimos del país, de Nuevo León. Fuimos tipo a Ciudad de México…». Perdieron mucho dinero, agregó, pero ese riesgo también redituó en crecimiento y resultados en otras plazas.

David Coronado contó que Gama también se atrevió a salir de la ciudad para crecer y llegar al nivel al que estuvo. “Para que una disquera invierta en ti tienes que ser un producto comercial, por lo que tienes que ir a otras ciudades”.

Este es el caso de los artistas de mayor crecimiento en los últimos años: Los Insurgentes, Efelante, Luisa Vox, The Warning. Todos ellos hallaron un aumento en popularidad por hacerse conocer en bares o eventos ajenos a nuestra ciudad, haciendo presencia en todo el país e, incluso, a nivel internacional. Mike Lamadrid, uno de los artistas regios que hoy cuentan con mayor crecimiento, dio su primer concierto en la Ciudad de México el 24 de noviembre de 2023. Strawberry Pom, una banda que inició hace apenas tres años, creció mucho en 2023 y 2024, tras mudarse de manera temporal a la Ciudad de México y colaborar en eventos en vivo con bandas como The Space Ocean, de Guadalajara, y Vibrant Vision, de Querétaro, tocar en el festival Cactus Fest, en Saltillo, y abrirle el concierto a artistas internacionales como The Black Keys. Sin embargo, para la banda promedio de la escena, tales como Lost Indigo, Isla en el Desierto, Tuvé, Circus’ End y Sanem, salir de la ciudad no es una opción viable ni accesible.


Tras subirse ellos al escenario, un segundo bastó para confirmar que ver a Sanem en vivo constituiría una experiencia muy diferente. El vocalista, Nico, parecía ser la reencarnación de Jim Morrison: el cabello semilargo le cubría la cara al cantar, dándole un aire valemadrista, artístico y hasta de genio malentendido. Tenía puesta una camisa de botones amarilla arremangada hasta sus codos, pantalones de mezclilla acampanados, botas de piel café y joyería, incluyendo pulseras, collares de cuentas y aretes en la oreja izquierda y en la ceja derecha.

“Es importante que cada quien busque un sonido o estilo diferente a lo que se ve mucho: el indie y el shoegaze. Hasta la imagen que tienen las bandas es similar”.

Su música es única en la escena. Tienen claras influencias del movimiento psicodélico de los sesenta y setenta, con guitarras inspiradas en íconos como Luis Alberto Spinetta y Tom Morello. El guitarrista del grupo, Santi, considera que su sonido “tiene dos facetas: uno es un sonido más como de jazz o blues relajado; le metemos muchos cambios de tiempo, cambios de género, luego tiene mezclas con el bossa nova y hasta el funk. La otra faceta es el rock pesado, muy en tu cara”. Su presencia en el escenario es como la de unos verdaderos rockeros: gritos, saltos, lanzamiento de instrumentos. Hasta Nico se trepó en los hombros de Mario, el bajista, durante la interpretación de su canción “Canibalismo”.

Escuchar su sencillo más popular, “Corazón Vagabundo”, da la sensación de ver a una banda que verdaderamente está en la cima: la multitud cantaba la letra más fuerte que el vocalista, a tal punto que Nico canalizó su Robert Plant interior, apuntó el micrófono hacia ellos y los dejó cantar; momentos que solo experimentan unos cuantos artistas de la escena. 

Sanem ha logrado resaltar de una manera muy particular. “Su estilo es muy crudo”, comentó Santi. “No intentamos hacer algo más allá de lo que podemos hacer, que es entretener con la música. Nos han dicho que nuestro show es muy natural, que no hay nada falso o ensayado, que es real y auténtico. Eso fue un factor que nos impulsó sobre otros”. Sin embargo, Santi cree que “en cuanto a la letra e inclusive hasta en conciertos sí somos similares [a las otras bandas]”. La letra de Sanem suele irse a temas sociales y personales, tales como la resistencia y el existencialismo, algo que también se ve presente en grupos como Isla en el Desierto, Circus’ End y Difuntos. El productor Luis Guadarrama concuerda con Santi: “algo que resalta mucho en los artistas de ahorita es la letra. Si no tienes una buena letra, por más producción que tenga, no va a funcionar con el público. Es esencial”. 

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Sanem en concierto. Foto: Lucía Garza

Resaltar no solo recae en la presencia en vivo, sino también en el tipo de música que uno hace, lo que es popular en el momento y qué tan original es el proyecto. En el caso de Gama, Coronado comentó que cuando ellos empezaron a escribir sus canciones, estas eran “originales en cuanto a su composición”, y que “el género [que hacían] era muy popular”. No obstante, hacer lo popular siempre no es la respuesta. 

“Siento que como todo suena muy parecido, es muy difícil resaltar, de darte notar. Si todos sonamos igual, ¿cuál es el punto?”, propuso Santi. “Es importante que cada quien busque un sonido o estilo diferente a lo que se ve mucho: el indie y el shoegaze. Hasta la imagen que tienen las bandas es similar”.

Diego lo ve de la misma manera: “Si quieres que tus canciones peguen, no vas a poder conseguirlo haciendo rock; tienes que sobresalir en otra cosa primero”. Sanem logró, aún tocando rock, resaltar sobre otros grupos. Sin embargo, la clave, al igual que con Isla en el Desierto, ha resultado ser la mezcla de varios géneros o la experimentación. 

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Isla en el Desierto se destaca por su experimentación musical. Foto: Lucía Garza

Este también es el caso de Serbia, quienes usualmente hacen rock. Su experimentación más reciente fue un relanzamiento de varias de sus canciones más populares, como “Divina Oscuridad” y “Cama”, recompuestas con la finalidad de darles un giro regional norteño. Y esta no es la primera vez que juegan con diferentes géneros para crear algo nuevo, según lo afirmó el vocalista Neto Roxs, en la anteriormente mencionada podcast-entrevista: “lo que hicimos nosotros fue que experimentamos con un chorro de cosas; hicimos toda una canción de trap con Go Golden Junk, experimentamos con ‘Fin del Mundo’, que es una canción de siete minutos. Nos fuimos siempre en contra. También hacemos canciones más pesadas, canciones más tranquilas… Nunca nos ponemos en un solo género”.

La gran mayoría de las bandas que han resaltado dentro y fuera de la escena de Monterrey han traído una propuesta nueva y original: Serbia, Clubz, Gama, Efelante, Difuntos, Inspector, Plastilina Mosh, Los Claxons; una mezcla de géneros o la implementación de alguno que no estuviera “de moda”. Un sonido que era conocido, mas no común.


“La gente repela mucho de que la escena ya no está chida, pero siento que sí están esos proyectos que tienen el potencial, pero que no tienen el apoyo. Hace falta comunidad. Hace falta más gente que los escuche”, me dijo Álex durante una divagación de reflexión pesimista –o realista, depende del ángulo que uno tome. Este ánimo está presente en una gran cantidad de artistas: cada uno de ellos me contaba de sus frustraciones con sentirse atorados, con una falta de motivación para salir adelante como músicos, de querer seguir creando pero de no tener manera de dar su arte a conocer. 

Diego me contó, desilusionado pero decidido, sobre sus planes de dejar Lost Indigo; algo que, por coincidencia, admitió Álex también. Ambos decían que no llegaría a nada y que preferían enfocarse en otras cosas, pues no hay tiempo ni recursos. Este fue el mismo razonamiento de Rafa, el baterista original, quien abandonó el proyecto un año antes. 

Sorprendentemente, es una realidad para la mayoría del resto de los grupos con los que me tocó convivir. Para Tuvé, ha sido notoria la falta de alguno de sus integrantes en el escenario, pues varios se han tomado descansos indefinidos del proyecto en algún momento u otro, recurriendo a invitar a sesionistas –como Santi, de Sanem– para tocar con ellos. Tras lanzar su EP titulado Daughters, Circus’ End anunció en redes que tomarán una pausa, ya que varios de los miembros se irían de intercambio al extranjero; se despidieron de manera temporal al tocar en el bar Major Tom, junto a otras bandas como Laika y Los Michis. Por su parte, Sanem se desvaneció tras la decisión de Nico y Emilio, el vocalista y baterista respectivamente, de irse a estudiar a Berklee College of Music en Boston. Tocan una vez cada cuantos meses, cuando regresan todos a Monterrey; recientemente se han presentado en Tres Dos Tres para dar a conocer sus dos nuevos discos, Sanem y Menas. Luis Elizondo abandonó apenas hace un año el grupo del que solía ser parte, pues sentía que no encajaba con sus visiones creativas y metas, y está actualmente empezando otro proyecto. Lost Indigo, por otro lado, desapareció por completo; cada miembro tomó su camino creativo individual. 

“A fin de cuentas todos están ahí por su pasión por la música”, afirmó Álex. “Pero cuando las dificultades sobreponen esta pasión o cuando hay otras prioridades sobre ellas, las cosas se vuelven complicadas. Es muy difícil salir. Creo que la escena local se quedará así: local”.

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