Zygmunt Haduch Suski, un hombre cuyo genio solo fue superado por su sentido del humor.
Aún recuerdo cómo lo conocí, hace cinco años me mudé a la colonia La Rioja, el primer día mi casa no tenía luz y tenía que hacer una tarea; así que fui con el vecino a pedirle de favor que me prestara su internet. Zygmunt abrió la puerta y en seguida nos pusimos a platicar. Le conté que estaba en el representativo de Natación y su respuesta hasta la fecha la recuerdo. Preguntó emocionado: “¿Nadador? Yo también nado, todas las mañanas nado un kilómetro, luego un shot de vodka”, no sé si fue su acento polaco o el hecho de que él era una persona de edad mayor, lo que me pareció totalmente cómico.
Siempre que lo veía en el parque o en las reuniones de carne asada de los vecinos me hablaba sobre su trabajo como maestro de Ingeniería en la UDEM. Él me platicaba lo orgulloso que estaba de sus alumnos, de cómo muchos de ellos han logrado hacer grandes cosas como profesionistas, incluso trató de convencerme de cambiarme de carrera. Zygmunt era muy bueno para encontrar el potencial de los estudiantes.
Platicar con Zygmunt siempre fue interesante, me gustaba verlo como un genio loco, después de todo uno debe estar loco para llegar a ser un genio. Siempre que nos encontrábamos en la UDEM me saludaba con alegría, a veces me invitaba a su oficina a platicar y a entrar a una de sus clases. En dos ocasiones me invitó a ir a Polonia con sus alumnos de ingeniería durante el verano, pero ¿qué iba a hacer un comunicólogo como yo entre ingenieros?
Nunca me deje engañar por su edad, porque su estado físico superaba a muchos de mi generación. Le gustaba el deporte, especialmente la natación y el esquí, me enseñó varios videos de él esquiando casi como profesional y me atrevo a decir que le ponía una lección a cualquiera. El hombre era un toro, y discúlpenme el lenguaje, pero como él me dijo un par de veces, “un chingón”. También le inculcó mucho el deporte a su familia, a su esposa le gustaba nadar en las mañanas, sus dos hijas mayores esquiaban todos los días en Polonia y su hija menor tomaba clases de natación con mi papá.
Otra lección que podía haberle dado a los estudiantes udemitas es cómo hacer una buena fiesta. Las mejores fiestas de la colonia eran los cumpleaños de Zygmunt. Buffet, mariachi, baile y, por supuesto, una botella de vodka por mesa. Sus invitados siempre salíamos felices de su casa porque compartíamos buenos deseos con un shot de vodka.
Pero el tiempo nos alcanza a todos eventualmente, cuando mi mamá me dijo que Zygmunt estaba muy enfermo no supe cómo reaccionar, era difícil creer que aquel toro estuviera en el hospital. Fui un par de veces a visitarlo, doné sangre y acompañé a su familia y amigos.
El día de su funeral fueron sus alumnos y amigos, todos coincidieron en decir que Zygmunt, fue un genio, excelente maestro y apasionado de la ingeniería. Y sí, realmente él era un genio, un apasionado, y un excelente catedrático… pero me gusta recordarlo de una manera diferente.
Nos veíamos en la UDEM pero nunca fue mi maestro, me platicaba sobre sus proyectos pero nunca los vi, me presumía a sus alumnos pero sólo llegué a conocer a un par. Mi amistad con Zygmunt fue diferente, compartíamos un gusto por el deporte, la fiesta y el vodka. Disfrutaba escuchar sobre sus dificultades y locuras durante su juventud y yo le platicaba de las mías; no le pedía consejos académicos, le pedía consejos sobre problemas personales; él me presumía sus videos esquiando y yo los míos nadando; él me hablaba sobre los lugares en el mundo a los que ha viajado y yo sobre los lugares a donde había ido a competir.
Muchos lo recuerdan como un genio y un excelente catedrático, yo lo recuerdo como un buen amigo y un “chingón”.