La selección (decepción) mexicana


Image Not Found
Por: Mauricio Scott

Después de registrar una victoria, un empate y una derrota, y exhibiendo un futbol estéril la mayor parte del tiempo, una repugnante, y testaruda, Selección Mexicana quedó oficialmente fuera de la Copa América.

He seguido a la selección durante toda mi vida, y a lo largo de ese tiempo, jamás había percibido ni sentido tanta desesperanza y desesperación generadas al ver a once individuos pegarle a un balón. 

Durante las últimas dos décadas, México nunca estuvo cerca de la cumbre del balompié internacional, pero sus actuaciones y resultados al medirse contra selecciones de élite daban esta cierta sensación de que, quizá, un día iba a restarles oxígeno en el tanque a los jugadores, ese que tiene la mala costumbre de agotarse en los últimos minutos, y así, al fin, lograrían deshacerse del famoso dicho, que se volvió eslogan:

“Juegan como nunca, y pierden como siempre”.

Aun y cuando experimentaban derrotas de sabor muy amargo, que no es raro vivir en un deporte tan impredecible y cruel como el futbol (#NoEraPenal), rescatábamos algo positivo para sanar esas heridas bucales. “Al menos les competimos”, “Les jugamos al tú por tú”, “El siguiente es nuestro”, “Ya estamos a nada del quinto partido”, solíamos decir.

Damas y caballeros, el balompié mexicano, por si no era ya evidente, está pasando por una crisis como pocas veces se ha visto. 

Y tal vez lo más frustrante es que nos hallamos en un periodo de estancamiento sin precedentes, mientras los países que nos rodean siguen creciendo y creciendo.

Les comparto un dato.

Según cifras proporcionadas por el Professional Football Report 2023 de FIFA, México alberga la mayor cantidad de futbolistas profesionales mundialmente, con la cifra de más de 9,464, excediendo cómodamente a titanes históricos del deporte como España e Inglaterra.

¿Cómo es posible que, de esos 9,464 futbolistas, la Selección Mexicana no pueda armar un cuadro de 26 jugadores capaces de, cuando menos, llegar a cuartos de final en una Copa América, compitiendo en un grupo que no contenía a ninguna de las potencias del cono sudamericano, y disputando cada partido en la que se ha convertido su segunda casa?

¿Cómo es posible que se haya recurrido a un plantel que contenía a 19 futbolistas locales, únicamente superados en el torneo por los 20 de Bolivia –una selección que ocupa el lugar 84 en el último ranking de selecciones de futbol varoniles?

Hay decena de respuestas a ambas preguntas, pero el declive del futbol mexicano debe ser analizado desde muchas aristas. No basta con decir que ahora hay peores futbolistas.

Ahora bien, no nos equivoquemos: este declive fue completamente autoinfligido.

¿Por quién?

No por los jugadores –a pesar de que la mentalidad, flama competitiva, y garra colectiva de este conjunto es la menos ambiciosa que ha visto la selección mexicana en su historia–; yo me atrevo a decir que es un reflejo de la mentalidad del mexicano promedio, pero esa discusión va para otra ocasión.

No por Jaime Lozano y su cuerpo técnico, a pesar de su obstinación por alejarse de una configuración táctica que produjo un solo gol  —por cierto, contra el único equipo concacafquiano del grupo-– y una cantidad incontable de centros y jugadas erróneas en el último tercio del campo.

Quiénes deberían ser la fuente de nuestra ira por otro papelón rotundo de la Selección Mexicana son aquellos toman todas las decisiones en respecto al futbol de nuestro país:

  • Juan Carlos ‘La Bomba’ Rodríguez, presidente de la Federación Mexicana de Futbol.
  • Mikel Arriola, presidente de la Liga MX, y los 14 dueños de los 18 equipos que conforman la máxima categoría del fútbol mexicano.

Con el paso de los años, han tomado una serie de decisiones que directa e indirectamente amenazan con acabar con la competitividad del balompié mexicano a nivel nacional e internacional, fomentando abiertamente la mediocridad y atentando contra el espíritu de competencia que alguna vez tuvo la Liga MX. Pero eso sí: se convirtió en un negocio que tanto a dueños como directivos ha permitido llenarse los bolsillos.

A estas alturas del partido, todos sabemos cuáles fueron esas decisiones: eliminación de ascenso y descenso, que alimenta la falta de esfuerzo para volver a competiciones que promueven el roce competitivo; las trabas autoimpuestas por los propietarios a la hora de exportar talentos locales; el rehúso a debutar a jóvenes mexicanos, porque es más barato llenar escuadras con sudamericanos de talla media: y la insistencia por torneos y encuentros moleros, que ni siquiera son disputados en tierras mexicanas por razones económicas y no ayudan a crecer el fubol nacional.

Todas estas decisiones y las consecuencias que reverberan en todos los niveles del deporte, han pintado un panorama oscuro para el futbol mexicano. Un panorama, que por cierto, previo a la Copa del Mundo que —dizque— compartimos con Estados Unidos y Canadá, no incluye la participación en los Juegos Olímpicos del mes que viene y la Copa del Mundo Sub-20 en 2025.

Solo nos queda la maldita Copa Oro y… (redoble de tambores)… la Liga de Naciones de la CONCACAF. Justo lo que queremos: ¡otro torneo molero!

Y claro, la Liga MX y su famosa Leagues Cup, productos tan diluidos que hasta una sopa Maruchan tiene más sustancia y fue hecha con más amor.

Desde la participación bastante aceptable de Rusia 2018, ha existido un ciclo interminable de fracasos cometidos por la Selección Mexicana y disculpas correspondientes por sus altos mandos, haciendo promesas vacías, insistiendo que “volverán a representar a la afición como se merece”.

Este ciclo no acabará mientras sigamos consumiendo, de manera tan voluntaria, un producto mediocre.

La selección y la liga nacional, hace mucho tiempo, dejaron de ser instituciones. Son negocios, negocios que consistentemente han priorizado lo económico sobre lo deportivo, empujando un producto anodino a las masas, el cual nos lo hemos tragado como nos tragamos unas hamburguesas de McDonald’s: procesadas hasta el infinito, pero baratas y deliciosas.

Desafortunadamente, nada va a cambiar porque la dirección del deporte está en manos de individuos que mientras el aficionado promedio sintonice todos los partidos por televisión y asista a los estadios, seguirán lucrando. ¿Para qué cambiar, si los premian de todos modos? ¿A poco son tan cortoplacistas que no se dan cuenta que si sacrifican lo económico por una década para producir y exportar futbolistas de calidad, les irá mejor en el futuro?

Parte de la responsabilidad cae en nosotros, los aficionados; está en nosotros generar un cambio sustancial. ¿Pero cómo, si nunca hemos tenido voz en el asunto?

¡Por el amor de Dios, dejemos de consumir el futbol mexicano! Por más que nos duela dejar de ver un producto tan feo pero cercano a nuestros corazones —perdonen el cinismo–, esta industria no cambiará hasta que se produzca una organización social respaldado por un fuerte anhelo de cambio.

Por más que los tiente el fondo de inversión que llegará en un par de años a la liga mexicana, lo cual resultará en más fichajes bomba integrándose al futbol mexicano (si lees la letra pequeña, eliminará por completo la posibilidad del regreso de ascenso y descenso), o la infinita cantidad de promesas vacías, nunca ha habido un mejor tiempo para dejar de ver el futbol mexicano.

No obstante, una movilización de este tipo no alcanzaría su máxima eficiencia sin algún ente regulador que exige la ampliación del mercado y disuade a las televisoras y casas de apuestas de adueñarse de uno, o más, equipos. 

Es por eso que cambios a nivel estructural son más que necesarios desde hace mucho tiempo. Una entidad independiente que gestione el futbol mexicano, libre de intereses privados y financiada en parte con dinero público, ayudaría a cambiar el rumbo. 

Esta entidad tendría la misión de priorizar el desarrollo del deporte, con un enfoque en la formación de talentos jóvenes y la mejora de las competiciones nacionales. Al operar con financiamiento público, esta entidad estaría obligada a responder a la ley y, por ende, a los ciudadanos que contribuyen a su sostenimiento. Esto permitiría exigir resultados y transparencia, asegurando que los recursos se utilicen de manera eficiente y efectiva para el bien del balompié.

La regulación por ley sería crucial para asegurar que esta entidad opere de manera transparente y eficiente, respondiendo únicamente a los intereses del desarrollo del futbol y no a los bolsillos de unos pocos. Al establecer normas claras y estrictas, se podría garantizar que los clubes y la selección cumplan con estándares que promuevan la competencia y el crecimiento del deporte.

Es momento de dejar de ser cómplices de la mediocridad y exigir un cambio real y profundo. Si queremos ver a la selección mexicana y a nuestros clubes competir al más alto nivel, debemos impulsar una reforma estructural que ponga el futbol en manos de una entidad independiente, regulada por la ley y financiada por el público. 

Solo así podremos aspirar a tener un futbol competitivo a nivel internacional, capaz de formar y exportar jugadores de calidad, y devolverle el orgullo a nosotros, los aficionados.

Con el objetivo de motivar la participación ciudadana y para garantizar un tratamiento informativo adecuado frente a los contenidos presentados, los invitamos a escribir a [email protected] en caso de dudas, aclaraciones, rectificaciones o comentarios.

Scroll al inicio