Bridget Jones: por qué nos reflejamos en ella

Si alguna vez te has sorprendido sola en casa, con una copa de vino y All by Myself sonando de fondo, preguntándote cómo llegaste ahí, entonces sabes lo que es sentirse como Bridget Jones. Y no, no estás sola. Bridget no es solo un personaje de comedia romántica: es un reflejo entrañable y dolorosamente honesto de la mujer contemporánea que lidia con inseguridades, expectativas sociales absurdas y el deseo de ser suficiente. Pero, ¿por qué nos identificamos tanto con ella?
Bridget, interpretada por Renée Zellweger y creada por Helen Fielding, representa a la mujer que intenta cumplir con las reglas del juego social: tener una carrera sólida, una vida amorosa estable y una imagen impecable. Sin embargo, sus días —como los nuestros— se llenan de decisiones cuestionables, relaciones dudosas y momentos que parecen sacados de una tragicomedia. Lejos de la perfección, ella habita el terreno del “más o menos”, ese donde la mayoría vivimos.
Desde la psicología, esta identificación tiene nombre y explicación. Jonathan Cohen, académico de la Universidad de Haifa publicado en el año 20221 plantea que cuando una narrativa nos permite experimentar desde la perspectiva de un personaje, se genera una conexión emocional profunda. Esto quiere decir que no nos vemos en Bridget por su torpeza ocasional, sino porque su humanidad nos resulta familiar: la duda constante, el deseo de ser amada, la lucha por encajar.
Carl Jung, el renombrado psiquiatra suizo, lo explicaría desde su teoría de los arquetipos: Bridget encarna al héroe imperfecto, ese personaje que cae, se equivoca, pero se levanta. Y en ese ciclo, nos muestra que fracasar no nos hace indignas, sino auténticas. Este arquetipo nos ayuda a procesar nuestras propias experiencias, y verlo representado en pantalla es como encontrar consuelo en medio del caos.
Además, James Kaufman y Lisa Libby —psicólogos de las universidades de Connecticut y Ohio State, respectivamente— señalan, en un estudio del año 2012, que la transportación narrativa, es decir, cuando una historia nos absorbe emocionalmente, puede influir directamente en nuestra percepción y emociones. Con Bridget, no solo observamos desde afuera: sentimos con ella. La frustración de una cita fallida, la angustia del trabajo sin sentido, la alegría ingenua de un coqueteo inesperado.
Pero hay algo más. No solo conectamos con sus defectos; también admiramos lo que logra. Cynthia Hoffner y Martha Buchanan encontraron, en una investigación de 2005, que tendemos a identificarnos con personajes que poseen rasgos que queremos cultivar en nosotras mismas. Bridget, con todo y sus metidas de pata, tiene una cualidad difícil de ignorar: es valiente. Se ríe de sí misma, sigue adelante pese a todo y, en vez de disfrazarse para encajar, aprende a quererse tal como es. Esa es la verdadera meta, ¿no?
Entonces, ¿está bien identificarse con un personaje ficticio? No solo está bien: es profundamente humano. A través de estas conexiones, no estamos escapando de la realidad, sino procesándola. Nos ayudan a ponerle nombre a emociones que, de otro modo, nos costaría comprender. Nos sentimos acompañadas, menos raras, menos solas.
Bridget Jones nos recuerda que no hay una receta para tener la vida resuelta. Que los errores, las inseguridades y las emociones contradictorias no nos hacen fallidas, nos hacen reales. Y que, mientras nos tomemos con humor, ternura y un poco de vino, probablemente vamos a estar bien.
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