De pandemias, pánico y prevención

Doctor en Neurociencias
Departamento de Ciencias Básicas
Escuela de Medicina
Universidad de Monterrey

A finales de 2019 se reportaron casos de una enfermedad respiratoria grave en la ciudad Wuhan, China. Esta fue producida por un agente infeccioso de reciente aparición, bautizado originalmente como coronavirus novedoso de 2019. Algunos pacientes afectados por esta enfermedad (COVID-19), sobre todo aquellos que ya padecían enfermedades crónicas como diabetes o que presentaban problemas respiratorios debido a asma o diabetes, desarrollaron una neumonía grave que los llevó a la muerte. Debido a la alta capacidad infecciosa de este coronavirus y al riesgo de generar una enfermedad mortal, se emitió una alerta sanitaria por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

Esos datos nos sirven de preámbulo para discutir el tema que en realidad nos interesa tratar en este escrito: cómo manejamos la información de salud, cómo reaccionamos cuando no la empleamos de manera adecuada y qué podemos hacer para mejorar nuestra comprensión de la información, para evitar caer en pánico y aprender a prevenir enfermedades.

Distintas enfermedades han causado crisis severas de salud: la llegada de la viruela a México ocasionó la muerte de cerca de la mitad de la población de la Gran Tenochtitlan y permitió que un reducido grupo de soldados españoles conquistaran el Imperio Mexica. Otro ejemplo muy conocido es el de la influenza española de principios del siglo XX, que se estima afectó a 500 millones de personas en todo el mundo, de las cuales murió el 10 por ciento.

Por esa razón, cada vez que aparece una enfermedad nueva y se comprueba la rapidez de su transmisión, se emiten las alertas de epidemia, porque en un mundo tan conectado como en el que vivimos, cuando la gente viaja de un lado a otro en cuestión de horas, las epidemias se pueden esparcir con esa misma rapidez y afectar a muchos países. Es en ese momento, cuando comenzamos a hablar de una pandemia; es decir, una enfermedad presente en casi todos los países o, al menos, en muchas áreas geográficas del planeta y que debe ser atendida con mucho cuidado por los sistemas de salud de cada país. 

Como respuesta natural, una alerta de este tipo causa temor entre la población que quiere evitar contraer la enfermedad. Ese temor puede desencadenar respuestas de pánico, donde la razón ya no es capaz de controlar los impulsos y puede promover actitudes xenófobas, como impedir que los nativos de los países donde inicia la pandemia ingresen a nuestro país, impedir el libre tránsito de turistas sospechosos de haber contraído la enfermedad, o actitudes racistas cuando se ataca a un grupo étnico en particular solamente por estar asociado al origen geográfico de la pandemia.

La mejor manera de controlar el miedo es la difusión de la información adecuada y, por ello, debemos recordar cómo ocurren las enfermedades. La COVID-19, la viruela y la influenza son ocasionadas por virus, parásitos especializados muy pequeños (tanto que un microscopio usual no permite verlos) y únicamente se pueden reproducir dentro de las células que los alojan. Esto implica que los virus deben ser capaces de entrar a las células, porque de otra manera no pueden seguir produciendo nuevas copias de ellos mismos.

Y justo en ese momento, cuando los virus están intentando ingresar a una nueva célula, es más fácil evitar las enfermedades que ellos causan. Por esa razón, es necesario lavarnos las manos, varias veces al día, con agua y jabón. La otra opción para prevenir que los virus nos infecten es vacunarnos.

LAS VACUNAS

A principios del siglo XVII, aproximadamente hacia 1720, comenzó a llegar información a Europa referente a una práctica promovida en el Imperio Otomano para controlar los brotes de viruela que de manera repetitiva azotaban a los habitantes de Asia y Europa. El virus de viruela ocasionaba una enfermedad eruptiva; es decir, las personas afectadas se llenaban de ronchas llenas de líquido, llamadas vesículas, las cuales al secarse se desprendían en costras que marcaban la piel de las personas. La viruela también podía complicarse y ocasionar la muerte hasta en 30 por ciento de las personas afectadas.  De ahí su efecto fulminante sobre la población de la Gran Tenochtitlan.

Los médicos otomanos y chinos introducían las costras de pacientes recuperados en heridas hechas en la piel de personas sanas para inducirles una enfermedad más leve, que las protegería de posteriores infecciones. A esta práctica se le conocía como variolización, porque el nombre científico de la viruela es variola. 

Alrededor de 1720 en Inglaterra, se comenzó a promover esta variolización para controlar esta enfermedad. Sin embargo, como la cantidad de material infeccioso que se debía introducir en la piel no estaba bien controlada, en muchos casos las personas no desarrollaban la enfermedad leve que se quería inducir, sino la variante grave de viruela y terminaban muriendo. Bajo estas circunstancias, es perfectamente comprensible que la gente tuviera miedo de la variolización y rechazara esta práctica. 

Para mediados del siglo XVII, los médicos ingleses se percataron de que las mujeres ordeñadoras de vacas contraían una enfermedad parecida a la viruela, llamada vaccinia, nombre que más adelante cobraría más importancia, con la que también les aparecían vesículas, pero únicamente en las manos y no presentaban complicaciones graves. Por otro lado: las lecheras que se contagiaban de vaccinia se volvían inmunes a la viruela.

En 1798, Edward Jenner, quien fue médico de la corte de Jorge IV, Rey de Inglaterra, lo convenció para promover la utilización del líquido de las vesículas de las pacientes afectadas por vaccinia para inducir la enfermedad en personas sanas y protegerlas contra la viruela. La vaccinación había nacido, y al ser traducida al español, los términos vacunación y vacuna nacieron con ella también. 

Para 1821, la práctica de vacunación protegía a la población inglesa y se extendía por el resto del mundo. Por primera vez en su Historia, la humanidad era capaz de controlar las epidemias que antes diezmaban poblaciones enteras; sin embargo, pese a los claros beneficios de la vacunación universal, tal vez por el origen animal del virus y la mala fama de la variolización, en todas las sociedades de ese momento comenzaron a existir grupos de personas que rechazaban vacunarse por temor a que les crecieran cuernos, ubres y colas de vaca, como lo muestran las caricaturas que aparecían en los periódicos ingleses de esas fechas. El movimiento antivacunas había nacido del temor a lo desconocido, porque debemos recordar que en ese momento ( década de 1820) todavía no se habían descubierto que las bacterias y virus eran causantes de las enfermedades infecciosas.

Ese descubrimiento tendría que esperar hasta el periodo de 1850-1880, cuando gracias a los trabajos de Pasteur en Francia y Koch en Alemania se lograron identificar a los agentes infecciosos de cólera, ántrax, tuberculosis y rabia. Por ello, la labor de estos titanes y sus discípulos, se produjeron vacunas diseñadas especialmente contra enfermedades específicas, como la difteria, el tétanos y la tos ferina. La era dorada de la vacunación había comenzado y los orgullos nacionalistas promovían la producción de nuevas vacunas que erradicaban más y más enfermedades.

Esta época de triunfos de la vacunación continuó durante un siglo. En la década de 1950, Jonas Salk, investigador médico y virólogo estadounidense genera la primera vacuna contra la poliomielitis y por primera vez los cuartos llenos de enormes máquinas de respiración, que permitían la supervivencia de los pacientes afectados por polio dejan de ser cosa común en los hospitales. Le siguieron las vacunas contra  la rubeola, papera y sarampión. En la década de los 70 se comenzó a difundir la idea que pronto desaparecería la viruela de la Tierra, y en 1977 se diagnosticó el último caso. Para 1980 la OMS declaró el fin de la presencia de esa enfermedad en nuestro planeta. Ningún otro procedimiento médico ha tenido nunca un triunfo de tal magnitud. 

La mayor parte de las personas nacidas después de 1970 nunca vieron sufrir y morir a los niños afectados por polio o sarampión, nuca tosieron sin parar durante noches enteras debido a la tos ferina; tampoco vieron cómo se cerraban sus vías respiratorias hasta ahogarlos por culpa de la difteria. El panorama pintaba color de rosa. La gente comenzó a olvidar ese miedo a las enfermedades infecciosas y muchos grupos comenzaron a difundir la idea de que las prácticas sanitarias y el acceso a agua limpia y a mejores alimentos eran los responsables de erradicar esas antiguas enfermedades mortales, menospreciando todo el conocimiento científico sobre bacterias, virus, inmunología y vacunas.     

Sobre el campo fértil de la desinformación, en 1998 se publicó, en una de las mejores revistas de Medicina, quizá el más peligroso artículo para la salud pública mundial. En él, un médico ahora infame, Andrew Wakefield, aseveraba de manera mentirosa, basado en datos fabricados por él mismo y sin ningún sustento, que la vacuna triple viral contra sarampión, paperas y rubeola (Measles, Mumps, Rubella o vacuna MMR en inglés) causaba también síntomas de autismo en niños pequeños. El temor a esta enfermedad del desarrollo neurológico fue tal, que los grupos antivacunas comenzaron a cobrar fuerza y convencer a muchas personas para dejar de vacunar a sus hijos contra el sarampión, argumentado que los agentes químicos, o los mismos virus utilizados para producir las vacunas, eran los causantes del autismo.

Los movimientos antivacunas han tenido tanto éxito que el sarampión, una de las enfermedades más contagiosas conocidas por la humanidad (nueve de cada 10 personas no vacunadas contra él, contraen la enfermedad al estar expuestas al virus) y que estuvo a punto de ser erradicada a principios del siglo XXI, ha causado epidemias en Europa, Estados Unidos y Asia, cada año, durante el periodo de 2014 a 2019, donde han muerto 110 mil personas debido a las complicaciones asociadas a él. Así que el temor al autismo y los mecanismos de defensa ante este, el rechazo a las vacunas en particular, han permitido que una enfermedad perfectamente prevenible y erradicable regrese a niveles alarmantes.

¿Cómo explicarle a la gente que el miedo al autismo causado por vacunas es infundado?, ¿cómo hacerles ver que la vacunación tiene más beneficios que efectos adversos? Son preguntas sin respuesta fácil. Cuando nuestro sistema de defensa se activa es poco probable que entendamos razones, que comprendamos que en países como México, donde la vacunación universal es obligatoria, el número de casos de autismo o, mejor dicho, el porcentaje de niños afectados, no supera al de países donde los movimientos antivacunas han tenido más éxito y han disminuido el número de niños vacunados. Es difícil hacer entender a la gente que enfermedades como sarampión o varicela, que en la mayor parte de los casos se presentan como fiebre y comezón y que, en algunos más graves son mortales o causan discapacidades como sordera o ceguera, se pueden evitar muy fácilmente siguiendo las recomendaciones de vacunación.

CORONA VIRUS Y PÁNICO

De ahí que el manejo adecuado de la información cobre tanta importancia. Las alertas de pandemia emitidas por la OMS han generado respuestas de pánico. En este momento, en México se agotan los cubre bocas, los geles sanitizantes y los líquidos desinfectantes, la gente los adquiere en cantidades insospechadas con el fin de protegerse de una enfermedad que acaba de ingresar en nuestro territorio. Esas compras y esas actitudes son innecesarias. Sí, la COVID-19 es nueva, es muy contagiosa, pero no más que la influenza; es mortal, pero no más que la influenza. Y contra la influenza existe una vacuna que nos debemos aplicar de manera anual, ¿cuántos de nosotros lo hacemos? En este momento es todavía más importante hacerlo, no porque nos proteja contra la COVID-19, sino para evitar contraer influenza y terminar usando una cama de hospital que bien pudo usar una persona afectada. 

Todo el mundo clama por una vacuna contra este nuevo virus, pero cuando ella exista, ¿cuánto tiempo pasará antes de que aparezcan las primeras protestas contra ella? Es irónico que todo el conocimiento que permite a la humanidad controlar algunas de las enfermedades más peligrosas de la Historia, no pueda ser comunicada de manera sencilla y que el pánico active mecanismos de defensa inútiles. Ahora, más que nunca, la frase “la verdad nos hará libres” cobra vital importancia.

Para saber más:
  1. WHO. (2020). Rolling updates on coronavirus disease (COVID-19). Recuperado de: https://www.who.int/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019/events-as-they-happen
  2. CDC. (2019). Epidemiology and Prevention of Vaccine-Preventable Diseases. Recuperado de: https://www.cdc.gov/vaccines/pubs/pinkbook/meas.html
  3. CDC. (2019). Influenza (Flu). Recuperado de: https://www.cdc.gov/flu/pandemic-resources/1918-pandemic-h1n1.html
  4. Gunderman, R. (2019). How smallpox devastated the Aztecs – and helped Spain conquer an American civilization 500 years ago. Recuperado de: https://theconversation.com/how-smallpox-devastated-the-aztecs-and-helped-spain-conquer-an-american-civilization-500-years-ago-111579
  5. WHO. (2018). The History of Vaccines. Recuperado de: https://www.who.int/vaccine_safety/initiative/communication/network/historia_vacunas/en/

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