El alma de lo andino es retrofuturista: Mónica Ojeda
Por: David Salinas
Originaria de Guayaquil, Ecuador, Mónica Ojeda es una de las escritoras más relevantes de la literatura latinoamericana contemporánea. Ha sido seleccionada como una de las mejores escritoras jóvenes de la actualidad por la revista Granta y el festival Bogotá39.
La obra de Ojeda es prolífica: a sus 36 años de edad, ha publicado una docena de libros. Su talento le ha valido varios galardones literarios y menciones honoríficas: ganó el Premio Príncipe Claus Next Generation y el Premio ALBA Narrativa; asimismo, fue finalista del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero.
Es atípico hallar una trayectoria tan destacada como la de Ojeda en escritoras y escritores que aún entran en la categoría de jóvenes, e incluso entre aquellos que podríamos llamar «veteranos». Por tal motivo, entrevisté a dicha autora a nombre de la Agencia Informativa UDEM, a propósito de su publicación más reciente: la novela Chamanes eléctricos en la fiesta del sol.
La narración gira en torno a Noa, una chica que acude a un festival de música que tiene su sede en las faldas de un volcán. Su objetivo es escapar de la violencia de la ciudad y encontrar a su padre, quien la abandonó cuando ella tenía ocho años. Esta anécdota, tan peculiar como suena, no es gratuita; subyace –como fondo de la novela– una problemática social tejida por personajes que permiten a lectores de varios países ver el reflejo de sus propias anécdotas. A continuación, la autora describe aquellos elementos que, a su parecer, generaron un lazo inesperado.
Algo que me llamó mucho la atención en la novela es la cultura que rodea el festival Ruido Solar. Parece haber una mezcla entre lo tecnológico y futurista, por un lado, y lo espiritual y prehispánico, por el otro.
Cuando estaba imaginándome el Ruido Solar me inspiré en varias vías. Por una parte, un festival que se hizo en Ecuador en el cráter de un volcán en el año 99 que se llamó Rock desde el Volcán. Fueron grupos muy chéveres como Soda Stereo, y de ahí saqué la idea de que el festival se hiciera en las faldas de un volcán.
También me inspiré mucho en Los Jaivas, que son este grupo chileno de rock progresivo andino. Me gustaba mucho cómo mezclaban toda esa cosa del rock progresivo con quenas, con zampoñas y con instrumentos andinos. Esa especie de mixtura entre rock progresivo e instrumentos ancestrales es algo que siempre me pareció fascinante. Y luego, obviamente, festivales como Burning Man, que se hace en el desierto y de repente se arma una comunidad durante unos cuantos días. Fueron mi inspiración.
Pero yo creo que lo central fue el tiempo andino, el tema de que el tiempo andino es cíclico. Ellos no ven el pasado como algo que se quedó atrás, sino como algo que camina contigo y que todo el rato está aconteciendo en el presente y en el futuro de alguna u otra manera: es una especie de retrofuturismo. Entonces pensé: el alma de lo andino es retrofuturista.
La novela está narrada por una serie de personajes, cada uno construido con una voz distinta. La protagonista claramente es Noa y, sin embargo, su punto de vista es el único que no aparece. ¿Cuál era la intención de presentar esta diversidad de voces?
Siempre trato de dejar un punto ciego en mis novelas. En este caso, el misterio es Noa. Se sabe mucho de ella porque todos los personajes hablan de ella, pero nunca sabes lo que piensa porque no habla por sí misma; son los demás quienes hablan sobre lo que hace, piensa, dice, sus movimientos, etcétera.
Tenía muy claro que quería una novela polifónica, primero porque gran parte de la novela acontece en un festival, y un festival es una amalgama de voces. Era mi intención que fueran particulares, que tuvieran sus personalidades, pero también muchas convergencias. Y luego la voz del padre de Noa tiene sus propios capítulos y es lo contrario al desborde de la música.
La voz del padre de Noa se distingue mucho de la del resto de los personajes que estamos leyendo. ¿De qué manera surgió?
Para mí, escribirlo fue una experiencia fascinante porque está en las antípodas de casi todo lo que soy: un hombre de cincuenta y pico de años que vive aislado en el bosque montano; es cazador, es taxidermista y cristiano católico. No soy nada de estas cosas que acabo de mencionar, así que fue muy divertido para mí, porque ni siquiera es que utilizara la tercera persona, sino que escribo con la voz de él. Entonces, por ejemplo, volví a leer la Biblia. Este es un hombre que el único libro que ha leído básicamente es la Biblia, y quería que su escritura estuviera un poco empapada de ese tono salmódico. Luego leí muchos libros sobre cacería para entender la mentalidad de él respecto a la naturaleza. Vi muchos vídeos en Youtube de taxidermia.
Creo que lo más importante fue tratar de pensar qué siente un hombre que ha abandonado a su hija. Siente culpa. En el caso de Ernesto, no ocurre un arrepentimiento. Él no se arrepiente de haberse ido porque fue más feliz yéndose. Esto es algo horrible de decir, y es incluso horrible de decir para él mismo, pero como se está escribiendo a sí mismo, digamos que no está en una posición de autoengañarse fácilmente. Eso era lo más interesante de este personaje. Cómo este hombre espera que venga su hija porque no es capaz de rechazarla ni lo va a hacer, pero tampoco la quiere; ya no la conoce, no sabe quién es y, sin embargo, siente que tiene una especie de deuda con ella. El problema es que no sabe cómo va a responder él a las preguntas que ella le haga, es un hombre atemorizado por su hija.
A lo largo de la novela hay varias reflexiones sobre la muerte. Por un lado, están las muertes violentas en la ciudad provocadas por el narcotráfico y, por otro, hay muertes que, a pesar de que suceden con cierto nivel de violencia, parecen ser más dignificadas, sobre todo en la naturaleza. ¿Cómo percibes la diferencia entre ambas formas de morir?
Me parece que lo interesante para los personajes es que suben a estar en las faldas de un volcán y, por supuesto, se dan cuenta de que la naturaleza no es nada servicial. De hecho no es un paisaje en el que ellos están habitando, sino un territorio vivo con sismos, tormentas eléctricas, les hace mucho frío, los atropella una yeguada, los volcanes erupcionan dentro de la novela. Se dan cuenta de que ellos están allí y que la vida se está moviendo a su alrededor e incluso en el medio de ellos y que esa naturaleza no es siempre hospitalaria. Hay mucha violencia en la naturaleza, pero lo que a ellos les importa es que no hay crueldad.
Ellos vienen de una ciudad en donde hay violencia porque hay crueldad, en donde lo humano se está desmadejando, volviéndose cada vez más pobre, precisamente a raíz de las narcobandas. Los barrios de gente «buena y normal» se tornan cada día más violentos, con respuestas tan violentas como las del narco porque tienen miedo, y el miedo genera violencia e incapacidad de empatizar con el otro. Ellos huyen un poco de eso y en la naturaleza al menos no encuentran ese tipo de crueldad.
Es recurrente en la novela el tema de la búsqueda de un refugio, específicamente un refugio de la violencia de la ciudad. Algunos lo encuentran en el festival, en el bosque… en muchas ocasiones, el refugio implica a su vez abandono, y en algunos casos no termina de eliminar la sensación de desamparo o de miedo. ¿Cómo se puede sanar la herida de un contexto tan violento y encontrar un refugio verdadero?
A mi juicio, la única manera de encontrar un refugio es a través de la colectivización, a través de la comunidad. Es verdad lo que dice un personaje, en algún momento de la novela: el refugio no es un lugar sino una emoción, y las emociones son variables y están todo el rato pivotando de un sitio a otro. Lo interesante es eso, ver el refugio como algo móvil pero, sobre todo, como algo que sí depende de la comunidad y de la colectividad.
Pienso que la enfermedad contemporánea consiste en esas ganas que nos llevan a separarnos de los otros, a encerrarnos en nuestras pequeñas habitaciones y no hablar con nadie. Se trata de una despolitización tremenda. En el festival, todos estos personajes están heridos y no saben muy bien qué hacer. Están perdidos, se sienten abandonados, mas intentan –unos y otros de maneras distintas– de buscar el modo de unirse a otros cuerpos. No trato eso con ingenuidad; se nota que es conflictivo, que algunos no lo logran; algunos están demasiado pirados y drogados, porque la realidad es así. Colectivizar no es fácil, menos cuando eres muy joven; no sabes cómo hacerlo.
En la novela la música parece ser mágica, especialmente el canto y la voz. Además, mencionas por nombre algunas canciones, por ejemplo, de Tim Buckley, Los Jaivas, Johnny Cash, entre otros. ¿Cómo es tu relación personal con la música?
Para mí, la música es un movimiento vital ineludible y ligado a la escritura. Me parece que, además, mi escritura suele ser bastante musical, porque entiendo que todo el movimiento creador viene del ritmo, y de cierta prosodia y cadencia. Yo creo que es un libro que trabaja mucho con el miedo a la fractura, al abandono, a la pérdida y a la muerte, a sentirse desamparados. Ese miedo es algo que la música toca con mucha fuerza.
Hay una tradición que concibe a la música como arte de la consolación. Me parece muy bella. Boecio decía que cantando se hace más dulce el llorar; es una lectura tradicional de hace mucho tiempo. Las leyendas sobre orígenes de los instrumentos están llenas de historias con pérdidas, que conducen al canto de alguien, o bien a inventar un instrumento. La música nace porque conocemos la muerte, la pérdida y el dolor, pero también el gozo y la alegría de estar con vida. Este contraste en la música me pareció interesante para trabajarlo en el libro, por eso llevé a cabo grandes lecturas sobre el vínculo entre la música y lo sobrenatural, sobre la música curativa desde las perspectivas chamánicas. Estas comunidades trabajan la música como método de sanación, de introspección, de lectura, de éxtasis, etcétera.
La historia está ambientada en un contexto muy particular en Ecuador, menciona la geografía, problemáticas particulares de violencia e incluso aspectos de la cosmovisión andina. ¿Cómo ha sido la experiencia de ser leída en otras partes del mundo, como México en este caso?
Geográficamente, hay experiencias históricas clave que nos unen. Por ejemplo, el tema del narco, como se vive ahora mismo en Ecuador, se ha vivido –y aún se vive– de modo similar en México. Es verdad que hablo mucho en mis libros, y sobre todo en este, de violencias que acontecen en mi territorio; pero siento que va más allá del mismo, pues nos conecta tanto el goce de pertenecer a este continente como los conflictos que habitan en esta tierra. Quizá es por eso que se ha leído como algo que no es exclusivo de Ecuador, a pesar de que tiene todo el imaginario y la fuerza de la geografía particular de Ecuador.
Si uno piensa en los Andes, además, piensa en algo que atraviesa Colombia, Ecuador, Perú, Chile. Los Andes generan su propia geografía, una geografía transnacional, que en ciertos puntos conecta países a su propia manera. Ahora no vivo en Ecuador, vivo en Madrid desde hace siete años, y la escritura –entre otras cosas– me ha servido como un medio para evocar lo que ya no tengo cerca. Ese territorio amado, que a la vez temo y quiero cuidar; el sitio donde no puedo estar todo el tiempo y solo puedo visitar cada tanto. Me parece que es así la forma en que mucha gente se vincula con el libro, con todas esas emociones que uno puede sentir por un territorio.
A lo largo de tu carrera como escritora has sido reconocida por la gran calidad de tus historias. ¿Cómo ha cambiado tu relación con los libros que has publicado ahora que son leídos y ganan premios?
Ahora tengo más miedo. Cuando empecé a escribir, la verdad es que tenía más arrojo. No imaginé que fuera a ser tan leída. Al lanzar un libro, una persona se expone, y cuando este llega a tantas manos, ese sentimiento crece. Es una exposición bonita y, además, elegida, pero no por ello un autor deja de exponerse. El momento que vivo en la actualidad me obliga a decirme que eso carece de importancia, que escriba de forma lúdica como lo he hecho siempre. Quiero seguir jugando mientras escribo, probar cosas nuevas y no anquilosarme en los mismos temas. Quiero que la escritura continúe como lugar para la exploración y el asombro. Escribir es una actividad que disfruto al máximo y quiero seguir haciéndolo.
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