Casa Monarca: un refugio que salva vidas
Por: Susana Gabriela Caballero
Estoy en camino a Casa Monarca. Es sábado y son las 10 de la mañana. Es un día nublado, casi lluvioso, y a medida que me acerco, más viento hay. Nunca había pasado por esta calle y pienso que ya debí haber llegado, pero el mapa me dice que continúe. Comienzo a ver murales coloridos, en las paredes están pintadas mariposas monarcas rodeadas por un arcoíris. Después caigo en cuenta que son una especie de preámbulo a la pared negra que tiene escrita la leyenda: “Hermano migrante: ¡Este mural te recibe con los brazos abiertos! Ningún ser humano es ilegal”.
La puerta de la entrada es de metal negro, con una manija de madera clara y una hoja amarilla pegada, la cual dice: “Bienvenidos a Casa Monarca”, escrito por una niña, quien también pintó flores rojas alrededor de la frase. Las puertas están totalmente abiertas, literal y metafóricamente. A la derecha está la mesa de información y atrás hay una puerta con un letrero que dice: “Trabajo Social”. Enfrente hay un patio, el edificio de dos pisos rodea este pequeño jardín. Las paredes naranjas muestran citas inspiracionales de la Biblia, del presbítero Pedro Pantoja, de Martin Luther King.
La estructura está en forma de semicírculo. El pasillo a la izquierda de la entrada lleva a las oficinas, mientras que el pasillo a la derecha conduce a los cuartos, donde hay por lo menos 10 camas organizadas en literas, la enfermería, la cocina, en la cual se encuentran voluntarios separando comida, y al final está el comedor, el cual está forrado con dibujos hechos por niños, de mariposas, de flores, de sus familias. Aquí, los migrantes no solo comen, sino también se reúnen y hacen actividades de convivencia familiar. Además, es donde cada sábado el Padre Luis Zavala da una inducción para los interesados en apoyar en Casa Monarca.
Una parte de estos migrantes llega a Estados Unidos a través de México. Sólo en 2023, la Secretaría de Gobernación registró 782 mil 176 eventos de personas en situación migratoria irregular en el país, cifra 77.2% mayor a los 441 mil 409 casos en 2022.
La pobreza, la violencia, la falta de empleo y oportunidades, la inestabilidad política y las guerras son las principales causas que explican los contextos de migración en la actualidad, ya que obligan a las personas a moverse de sus lugares de origen en busca de mejores condiciones de vida o incluso de supervivencia.
Según datos del Informe sobre las Migraciones en el Mundo 2022, el más reciente elaborado por ONU Migración, en 2020 había en el mundo aproximadamente 281 millones de migrantes internacionales, que equivalen a 3.6% de la población mundial.
Este Informe no desglosa cuántos, de ese total, eran migrantes con un estatus regular y cuántos estaban en situación de inmigración irregular porque no existen estadísticas confiables al respecto, según afirma la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la agencia de la ONU que se encarga de trabajar por una migración humana ordenada y que respete los derechos humanos de los migrantes.
Sin embargo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirman que la gran mayoría de los migrantes internacionales cuenta con un estatus de inmigración regular y estiman que sólo entre un 10% y 15% de ellos presentan un estatus irregular en algún momento de su tránsito migratorio.
Desde 1970, Estados Unidos ha sido el principal destino de los migrantes internacionales. «Estos pasaron de menos de 12 millones en 1970 a cerca de 51 millones en 2020», cita el Informe de ONU Migración, que especifica que la cifra se cuadruplicó en ese lapso. Del total de 2020, cerca de 11 millones están en este país con estatus irregular, según cifras del Gobierno, lo que equivale al 22% del total de migrantes internacionales que viven en Estados Unidos.
Una parte de estos migrantes llega a Estados Unidos a través de México. Sólo en 2023, la Secretaría de Gobernación registró 782 mil 176 eventos de personas en situación migratoria irregular en el país, cifra 77.2% mayor a los 441 mil 409 casos en 2022 y 153% mayor que los 309 mil 692 casos registrados en 2021.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), una persona en situación migratoria irregular es aquella que entró al país sin la documentación requerida para su ingreso y que busca transitar por el territorio con el objetivo de llegar a la frontera y cruzar a Estados Unidos. Para lograrlo, los migrantes usan varias rutas y una de ellas es a través de Nuevo León, por donde el gobierno registró 15 mil casos en 2023.
Estos migrantes que transitan por el país se enfrentan a diversos peligros y a violaciones a sus derechos humanos. También sufren carencias de servicios básicos, como alimentación, ropa, zapatos y asistencia médica. Por esto, en Monterrey, que para muchos es la última parada en donde se preparan para intentar cruzar la frontera, hay por lo menos seis albergues o casas de apoyo que le dan refugio por días o meses a los migrantes.
Casa Monarca es uno de estos albergues. Su objetivo es apoyar a quienes van en tránsito migratorio o a quienes buscan instalarse en la ciudad. Con recursos provenientes de donativos, les ayuda a los migrantes a cubrir sus necesidades más urgentes de alimentación, ropa y calzado. También les da asesoría jurídica y psicológica y les presta atención médica.
Desde el 2015, Casa Monarca ha atendido a más de 9 mil migrantes. Al principio los ayudaba en diferentes puntos de la ciudad y en una casa que tenía en renta. Posteriormente construyó su propio lugar, el cual abrió en abril de 2022.
Hoy, con el apoyo de aproximadamente 55 voluntarios de base, decenas de voluntarios eventuales, benefactores y un pequeño grupo de colaboradores, Casa Monarca está en avance constante y con el reto de dar apoyo a un número de migrantes en tránsito cada vez mayor, procedentes, principalmente, de Centro y Sudamérica. Adicionalmente, este refugio también acoge a personas deportadas y a migrantes nacionales.
Estos programas ayudan a los migrantes con asesoría legal, búsqueda de empleo y de vivienda, acceso a educación y salud e integración sociocultural.
En el comedor comienzan a reunirse los asistentes de la inducción y prestan total atención. Vinieron personas de iglesias, de escuelas, estudiantes, todos a apoyar de alguna manera.
El Padre Luis Zavala, director de Casa Monarca, comparte que en un inicio él únicamente entregaba comida y agua en zonas comunes para los migrantes. Luego, a través de una entrevista en un medio de comunicación, se dio a conocer el proyecto de ayuda a los migrantes y una espectadora aportó recursos para que pudiera crecer. Más personas mostraron su apoyo y él asegura que fue una “obra de Dios” que el albergue sea hoy una realidad.
Mientras explica la historia de Casa Monarca, entran personas por una puerta lateral. Cargan cajas de comida y bebidas. Interrumpen al Padre por el portazo, pero este aprovecha la situación para recordar que la Casa se sostiene a base de donativos, de comida y de ropa.
Cada miércoles le dan la oportunidad a migrantes nuevos de revisar su estado actual y sus metas para colocarlos en uno de los dos programas que Casa Monarca maneja: la inserción local de migrantes o el programa de tránsito a Estados Unidos.
Estos programas ayudan a los migrantes con asesoría legal, búsqueda de empleo y de vivienda, acceso a educación y salud e integración sociocultural.
Después de 20 minutos de intervención, el Padre cuenta que hay quienes lo cuestionan sobre el porqué hace estas inducciones semanales si la mayoría de los asistentes no regresan, a pesar de verse movidos y motivados. “Con que una persona regrese, o comparta la información, ya es ganancia”, dice con toda seguridad.
Llegar a la Central de Autobuses es distinto que llegar a Casa Monarca por la falta de organización entre la multitud de personas. Se encuentran migrantes en espera del siguiente paso en su trayecto. Me acerco con varios, sobre todo con los que parecen más intrigados por mis acciones, las de una alumna de quinto semestre de Ciencias de la Información y la Comunicación que busca obtener testimonios de migrantes en tránsito.
Algunos están a la defensiva, con miedo de que cualquier persona pudiera afectarlos. Estos no quieren compartir su historia y deciden mejor sentarse solos y esperar. Otros quieren ayuda de cualquier forma que se pueda y quieren algo a cambio de su historia.
Sólo uno de los migrantes acepta darme una declaración: “mi país está quebrado. Falta gobierno, falta comida, falta salud. Ahora, mi país está sufriendo una crisis económica y política. Tengo una cédula de México y migración bota la cédula en la basura. Es una humillación para mí, no me siento bienvenido”.
La mujer a su lado lo mira con miedo, lo agarra del brazo, intercambian diálogos en francés y, finalmente, voltea conmigo y dice que ya se tienen que ir.
Como parte de las pláticas de inducción, se presentan testimonios. El Padre Luis Zavala le cede la palabra a Milagros, una mujer chaparra, de tez morena y con pelo lacio y corto. Milagros es de Perú, vivió un tiempo en Venezuela y siempre fue la que apoyó a su familia de forma financiera. En su país de origen sufrió de problemas económicos, por lo que decidió que la mejor opción era buscar oportunidades en otro país. Uno de los primeros pasos fue cruzar el Tapón de Darién, una selva que se extiende en la frontera entre Panamá y Colombia. Estos son 98 kilómetros que se han convertido en un negocio de movilidad humana.
“Llegamos a la selva. Es extremadamente peligrosa, yo tanto que investigué y no pensé que sería tan, tan, pero tan peligrosa”, dice Milagros. Los que cruzan por ahí sufren de hambre, sed y cansancio durante días, incluso semanas. Muchos mueren y otros resultan heridos, según reportes de las autoridades panameñas.
Las condiciones de la selva tropical obligan a familias a ser separadas, a dejar atrás a sus seres queridos. Madres se encuentran sin otra opción más que dejar a sus hijos e ir a buscar ayuda, es lo que le sucedió a Milagros. Su hijo, de 30 años, fue gravemente herido y ella avanzó sin él hasta poder regresar con ayuda. “Me tocó dejarlo porque yo tenía que pedir ayuda para que pudiera vivir, porque no podía caminar, tenía llagas en los pies y ya no podía avanzar. Así que me fui con mi sobrino a pedir ayuda”, cuenta la mujer con voz entrecortada y ojos llorosos.
Milagros se reunió con su hijo nuevamente, cruzaron por Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala. Cada país con sus dificultades para encontrar estancia. “Pensamos que habíamos pasado el desastre, pero llegamos a otra tragedia, que es México. No nos dejaban subir a los autobuses, la migración nos bajaba y quitaba dinero, nos hacían caminar kilómetros y kilómetros”.
En Ciudad de México fueron secuestrados, les quitaron todas sus pertenencias y recursos, tuvieron que dormir en las vías del tren, en el piso con frío. Milagros ya estaba desesperada, pidiendo dinero en las calles. Logró llegar a Monterrey, con apoyo de su familia en su país de origen, y aquí es donde Casa Monarca la recibió con los brazos abiertos y la ayudó hasta el punto en el que está ahora: tiene paz, trabajo estable y ayuda legal y psicológica.
Estudios han demostrado que aún conociendo los riesgos, los migrantes prefieren intentar llegar a sus destinos y no quedarse en su país de origen. Incluso si son deportados desde México o Estados Unidos, una gran cantidad de migrantes vuelven a intentar este viaje.
Beatriz Inzunza, profesora del Departamento de Ciencias de la Información, en la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad de Monterrey, realizó una investigación acerca de la construcción de imaginarios por inmigrantes centroamericanos en la que tuvo que hacer entrevistas en una casa de albergue en la que la investigadora pidió detalles acerca de su situación y planes.
“En el caso de quienes llegaron hasta Monterrey, les gana mucho más el optimismo y tienen un tipo de personalidad más riesgosa o, bien, una circunstancia en su país, que dicen: ‘No tengo nada que perder’. La mitad venía por un tema de pobreza y la otra mitad por amenazas. Entonces, claro, si te están amenazando allá los maras con que te van a matar o reclutar, la realidad es que sí tienes muy poco que perder», afirma Inzunza.
A pesar de los esfuerzos de Estados Unidos por hacer campañas de información sobre los peligros que corren los migrantes, las personas no abandonan sus planes de cruzar la frontera. Estudios han demostrado que aún conociendo los riesgos, los migrantes prefieren intentar llegar a sus destinos y no quedarse en su país de origen. Incluso si son deportados desde México o Estados Unidos, una gran cantidad de migrantes vuelven a intentar este viaje.
Luego de la plática de inducción, en el patio de Casa Monarca las familias esperan la hora de la comida. Dicen que la comida siempre es buena, nunca faltará, a veces les llevan pizza o KFC. Los sábados reciben donativos durante todo el día. Por la entrada principal llegan personas con juguetes y los niños se emocionan al verlos. Un pequeño de un año corre por todos lados, se acerca con cualquier persona que le haga contacto visual y les ofrece su pelota para jugar.
Una voluntaria les dice a todos que si les interesa hacerse una prueba de la vista pueden pasar al área de enfermería porque hay un oftalmólogo. Se comienzan a formar uno tras otro y platican entre ellos.
Casa Monarca siempre está dispuesta a recibir a gente nueva, pero el cupo es limitado, por lo que hay muchas personas que no tienen oportunidad de entrar y deben esperar una próxima oportunidad. Los que logran entrar al refugio se quedan desde tres días hasta seis meses, algunos a la espera de una cita para un proceso legal que les ayude a regularizarse o a encontrar la manera de poder ingresar con permisos a Estados Unidos.
Los Estados deben centrarse en la seguridad humana, en el individuo y sus derechos, y no en ellos mismos y sus intereses nacionales.
La movilidad humana ha sido por mucho tiempo una característica y necesidad para diferentes comunidades o grupos sociales. Los vestigios muestran que desde hace 300 mil años había movimiento de África hacia Eurasia. Luego, los flujos migratorios llegaron a América y poblaron el continente.
Entonces, no había restricciones. Hoy, la movilidad humana libre se ha constituido en un «problema» al que los países intentan contener con leyes, medidas, mayor vigilancia en sus fronteras y hasta con amenazas de deportaciones masivas.
Philippe Stoesslé, investigador de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Monterrey, cuestiona el papel del Estado y la falta de ayuda a las personas en tránsito. «La migración internacional se sigue considerando como un ‘problema’ y ‘amenaza’ a la seguridad pública, ciudadana y sanitaria”.
Stoesslé afirma que, en lugar de simplemente ayudar a las personas a llegar a su destino, se ponen retenes y permisos que, supuestamente, son para beneficiar, pero en la práctica crean obstáculos. Así, dice, se demuestra que los derechos humanos no están por encima de todo.
Para el investigador, los Estados deben centrarse en la seguridad humana, en el individuo y sus derechos, y no en ellos mismos y sus intereses nacionales.
En Nuevo León, sostiene, hay una tendencia a delegar todo a la sociedad civil, pero se trata de una responsabilidad colectiva. «En realidad, la última palabra es del Estado, pero académicos y ciudadanos pueden crear espacios para criticar, proponer y, finalmente, exigirle al Estado».
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