Paul McCartney, «maestro» de la gran noche regia
Aunque provenientes de diversos puntos de la ciudad de Monterrey, 49 mil personas poseían una conexión. Una cita en el Estadio BBVA estaba por reunirlas, pero presentía que su enlace se había generado antes de verse las caras durante la noche del 8 de noviembre. Algunos tempraneros ingresaban al recinto, mientras que otros apenas se aproximaban por las avenidas cercanas; parejas mayores se ayudaban a caminar entre sí; padres de familia llevaban consigo a hijos cuya hora de dormir, por esta ocasión, dejaron pasar; jóvenes portando abrigos color azul hacían referencia a la portada de cierto disco. El tiempo reveló su relatividad: creo que quienes teníamos aquella cita con el destino, de alguna forma estábamos juntos mucho antes de cruzar el puente que atraviesa el río La Silla. Como es obvio, una conexión de tal magnitud, que por momentos parecía romper con la realidad, no la genera cualquier figura. Mas no se trataba de cualquier figura, sino del músico con vida más importante del siglo XX, uno de quienes mayor influencia han tenido en la música de la historia reciente. Pocas figuras atraviesan el mundo, y aún menos trascienden tantas generaciones, como lo ha hecho Paul McCartney.
Fue Robert Greenfield, exeditor de la revista Rolling Stone, quien hizo la famosa afirmación de que “en la forma de música popular, jamás será alguien más revolucionario, más creativo y más distintivo [que los Beatles]”. Tan solo ocho años, partiendo de los inicios del rock y pop clásico, les tomó revolucionar la música con innovaciones que no tienen parangón: : impulsaron la popularidad del sonido asociado con el jangle pop, incluyeron estructuras y combinaciones nuevas con el hard rock o power pop, fueron los grandes pioneros del movimiento psicodélico, e incluso crearon un sonido que sentó las bases de lo que hoy conocemos como metal y rock progresivo. El periodista musical Mark Kemp atribuye a los Beatles el alma pionera de la diversificación de la música pop-rock, incursionando en géneros como world music, psychedelia, avant-pop y electrónica. En otras palabras, la gran mayoría de la música contemporánea, de un modo u otro, tiene sus raíces en The Beatles.
Hablar de Paul McCartney es hablar de la contraparte musical de John Lennon. Fueron el dúo que elaboró la mayor parte de las composiciones de la banda. Sus diferencias, lejos de llevar su música al caos, constituyeron una suerte de equilibrio para The Beatles. McCartney representaba alegría y diversión frente a las letras y melodías de corte melancólico, sello distintivo de Lennon; los coros pegadizos del primero ingresaban como el contraste perfecto, y la prueba está en que sus coros pegadizos y líneas de bajo saltarinas quedaron guardadas en la memoria de todo el mundo, sin distinguir entre los fans de la banda y la gente que es poco cercana a su trabajo. El complemento que se formó a partir de ambos compositores es incomparable. Pocos se atreverían a negarlo. Es por esa razón que, para mucha gente, fue inesperado e impactante cuando Paul se convirtió en el primer miembro de The Beatles en abandonar el grupo, en aras de continuar una carrera como solista. Y aunque el resto de los miembros de la banda también lanzaron álbumes propios Lennon con Plastic Ono Band, Harrison con All Things Must Pass, y Starr con Sentimental Journey, nadie recibió tanta critica como Paul, cuando lanzó su proyecto McCartney. Los cuatro álbumes aparecieron en 1970 y, sin embargo, el primer beatle en separarse del grupo –hecho que lo convirtió en un “villano” para los ojos de gran parte de su público– fue quien recibió los comentarios más negativos. Por si fuera poco, un año más tarde Paul lanzó otro álbum –Ram–, que los críticos destrozaron. “Ram representa el punto más bajo en la descomposición del rock de los sesenta hasta el momento. […] Ram es tan increíblemente intrascendente y tan monumentalmente irrelevante […] es difícil concentrarse en él, y por ende aún mas difícil que te llegue a disgustar o incluso a odiarlo,” sentenció Jon Landau en una reseña que escribió para Rolling Stone.
¿Cómo fue, entonces, que ha llegado a ser visto como genio aquel hombre que recibió críticas tan duras, que la crítica señaló prácticamente como inútil sin la colaboración de John Lennon?
Lo interesante es que Ram es visto como una de las obras maestras de Paul: Pitchfork le otorgó un 9.2 de calificación en el 2012, Mojo Magazine lo evaluó como su mejor disco en su etapa de solista; de hecho, la propia revista Rolling Stone, donde antes apareció la reseña que hizo pedazos al primer proyecto solista de McCartney, colocó dicho trabajo en su lista “Mejores 500 álbumes de la historia de Rolling Stone”. Ram fue un álbum melódica e instrumentalmente ambicioso en una época que dirigía un interés más alto a las letras. Al igual que con The Beatles, Paul le dio vida a un género que no recibió nombre entonces, pero que sentó las bases del género que 30 años después comenzó a ser identificado como indie pop.
La imagen de McCartney como artista genio decayó por algunos años, pero regresó en 1973 con el lanzamiento del álbum Band on The Run (1973), primer disco como integrante de la banda Wings y tercero de su etapa post-beatle.
En la actualidad, nadie duda al decir que McCartney se adelantó a su tiempo. Es mucho más fácil apreciar sus aportaciones a distancia, al notar cómo aquellos sonidos que introdujo marcaron un hito en la historia de la música.
Y, desde luego, cabe decir que McCartney fue más que un fenómeno musical. Como integrante de un grupo y como persona, McCartney encarnaba un espíritu de rebeldía, de liberación juvenil. Representaba la contracultura en un mundo que parecía estar cercado por un gran cuadrado. La figura de McCartney desencadenó un efecto dominó de cambio social cuyo impacto continúa expresándose hasta la fecha, tanto en el ámbito cultural como musical.
Nací unos 30 años después del lanzamiento de la mayoría de las canciones interpretadas durante el concierto, y confieso que pocas canciones han conseguido sacarme lágrimas en vivo de la manera en que lo hicieron “Blackbird”, “Now And Then”, “Hey Jude”, “Something”, “I’ve Got A Feeling”, “Golden Slumbers” y “The End” (sí, yo sé que me pasé de llorona). No es coincidencia que lo mismo le haya sucedido a la gente que me rodeaba durante el concierto: se cuentan por millones el número de corazones a las que dichas melodías y letras han llegado. Millones de almas se identifican, o al menos se reflejan en las canciones de Paul McCartney. Millones se han sentido inspirados o abrazados al escuchar su trabajo musical. Eso es algo que no suelen conseguir las “silly love songs”, como décadas atrás se refirieron varios críticos a las canciones de Paul McCartney (término peyorativo que también empleó Lennon, según ha contado el propio Paul). El tiempo ha borrado aquellos comentarios injustos; quien desee atacar en la actualidad la música de Paul difícilmente tendrá argumentos sólidos para hacerlo.
Una buena forma de medir el tamaño de un músico es su trascendencia, y a Paul McCartney nadie podrá sacarlo de la historia de la música; habría que borrar décadas, negar los millones de admiradores –y de generaciones tan distintas– que tiene alrededor del mundo. Tendrían que eliminar el 8 de noviembre de 2024 de los calendarios de Monterrey, y negar que esa fecha reunió a 49 mil personas que cantamos, bailamos, reímos y lloramos al ver y escuchar a Paul McCartney en vivo.
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