Los 20: una montaña rusa


Daniela Carolina Garza
Por: Caro Garza

Muchos creen que la adultez empieza con el primer trabajo serio, con la independencia o con la capacidad de elegir qué cenar sin pedir permiso. Mentira.

La adultez llega cuando te das cuenta de que no tienes ni la más mínima idea de qué carajo estás haciendo con tu vida. Y si estás en tus 20, te aseguro que ya has sentido ese vacío existencial a las 3 de la mañana. No importa si estudiaste medicina, arte o ingeniería aeroespacial: todos sentimos lo mismo.

La psicología ya le puso nombre: crisis del cuarto de vida. Suena como el título de una serie de Netflix, pero es real. Fue Abby Wilner quien acuñó el término en 1997 y, junto con Alexandra Robbins, lo desarrolló en un libro publicado en 2001 Quarterlife Crisis: The Unique Challenges of Life in Your Twenties. Se trata, básicamente, de ese periodo de la vida en el que todo se siente confuso, sin sentido y aterrador. 

Semanas atrás, creía tener mi vida resuelta: carrera en progreso, amigos decentes, una idea clara de qué dirección seguir. Esta mañana, después de sufrir un colapso la noche anterior, estoy sentada en el suelo de mi cuarto, preguntándome si valió la pena estudiar tanto solo para quedarme al borde de un colapso nervioso cada dos semanas. Y ni siquiera he concluido la licenciatura. 

Pero no se preocupen, que esto es normal. 

Erik Erikson, psicólogo y psicoanalista germano-estadounidense, conocido por su Teoría del desarrollo psicosocial, decía que en esta  etapa la identidad se define o se pierde. No es solo cuestión de emociones alborotadas, es un punto clave del desarrollo psicosocial. Si, al término de la adolescencia no resolvimos cuestiones como la confianza en nosotros mismos, ganar autonomía o tener iniciativa, ahora nos toca hacerlo a la mala. 

No ayuda nada que el salario de un comunicólogo recién egresado varíe entre $5,000 MXN y $20,000 MXN mensuales, dependiendo de los clientes y proyectos. Si deseo la vida que mis padres cuando alcanzaron los 26 años, tendría que graduarme al terminar el actual semestre, encontrar un trabajo estable, conseguir un novio en un tiempo máximo de un año y tener mis primeros hijos cuando mi edad sea de 24 o 25. ¿Cómo voy a formar una familia sin antes tener la seguridad de una casa y un buen salario que me dé estabilidad económica para pagarla? Hoy en día, tan solo pensar en una meta de semejantes características parece un lujo. 

En definitiva, esto no es lo que esperaba.

Lo único estable en mi vida es mi insomnio. Bueno, eso y mi suscripción a Spotify, que aún paga mi padre. Y no soy la única. A estas alturas, la mitad de mis amigos están en terapia y la otra mitad finge que no la necesita. La presión es real.

Haz lo que amas, pero que te pague bien. Sé independiente, pero ahorra. No te preocupes por el futuro, pero planifica todo. Vive el momento, pero con visión a largo plazo… ¿Cómo no hundirnos en la locura? 

El psicólogo Baltasar Rodero tiene una teoría interesante: dice que el diseño de nuestra sociedad nos predispone a la ansiedad. Noticias negativas todo el tiempo, trabajos donde te piden cinco años de experiencia a los 22, redes sociales llenas de gente que “ya la hizo”.

Y encima, si sumas que muchas personas traen de fábrica el estrés infantil porque, –¡sorpresa!– el maltrato y la violencia doméstica pueden dejar huellas en el cerebro, según un estudio de la Charité –Universitätsmedizin de Berlín–, pues ya tenemos la receta perfecta para una crisis existencial con extra ansiedad.

El problema es que la salud mental continúa sin ser tomada en serio. En muchos países, conseguir ayuda psicológica es más difícil que encontrar un departamento decente a buen precio. En México, la cosa está complicada: según la Asociación Psiquiátrica Mexicana, hay menos de cinco psiquiatras por cada 100 mil habitantes, cuando la OMS recomienda al menos 10. Encima de todo, la mayoría de ellos trabaja en el sector privado. Quien desea recibir atención psicológica en un hospital público, debe conseguir una cita previamente. Lograrlo puede tomar meses y, para cuando se obtenga –suponiendo que suceda tal cosa–, probablemente no haya suficiente personal para dar seguimiento.

Así que, si hoy te sentiste un desastre, si te diste cuenta de que no tienes todo bajo control, si te entró la crisis porque no sabes qué va a pasar después… Calma. Respira.

Todos vamos a bordo del mismo barco. Uno que se hunde de vez en cuando, pero cuando esto pasa, nos hundimos juntos. 

Si algo he aprendido en esta crisis de los 20, es que la prisa no conduce a ningún sitio. No hay un solo camino correcto, ni una línea del tiempo universal que todos tengamos que seguir. La vida no es una competencia para ver quién llega primero a la estabilidad, porque la estabilidad, ni siquiera es el destino final.

No pasa nada si aún no tienes todo resuelto. No pasa nada si necesitas ayuda. No pasa nada si vas más lento. Lo que sí pasa –y mucho– es si te dejas consumir por la presión de una expectativa que ni siquiera corresponde con tus anhelos. 

Así que calma.

Avanza a tu ritmo, tropieza si es necesario, pero levántate y sigue caminando. Y, sobre todo, no creas en el cuento de que deberías estar en otro lugar.

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