Entre la conexión y el agotamiento


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Por: Pamela Pérez González

¿Alguna vez se han sentido cansados de las redes sociales? Hoy en día, a pesar de representar una vía de comunicación que, sin duda, facilita nuestras relaciones interpersonales, también es una fuente de presión y agotamiento por la sobreexposición al contenido e información. 

Según el artículo Estrés digital: efecto de la hiperconectividad y el multitasking digital, realizado por el psicológo R. Mauricio Sánchez (2025), esta hiperconectividad y deseos de permanecer dentro de las redes digitales se han vuelto tóxicas y desgastantes física, psicológica y emocionalmente. 

¿Qué es lo primero que hacen cuando despiertan? Tomar el celular, revisar la sección de feed en Instagram, Facebook, ver TikToks, lo que subió mi vecino, entre otras miles de cosas. Actuamos de forma automática, exponemos a nuestro cuerpo, que recién se levanta, a información muchas veces innecesaria y que nuestro cerebro no está listo para recibir. Desayunamos, comemos y cenamos, redes sociales. 

Hace un mes decidí cerrar mis cuentas de Instagram y Facebook. Fue una decisión repentina pero funcional, necesitaba una desintoxicación. Esta misma experiencia me hizo notar cambios significativos en mi vida como el liberarme de una carga mental: estar viendo constantemente qué es lo hace fulano o perengano reducía mis niveles de energía o, por el contrario, los aceleraba. 

Esto también me ayudó a alejarme de la idea que tenemos tan arraigada de que sin Internet no tenemos vida o que es necesario estar compartiendo lo que hacemos todos los días para considerarnos dentro de lo socialmente aprobado como “cool”.

De acuerdo con un estudio realizado por la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, el 69% de los jóvenes entre 18 y 34 años confiesa sufrir el síndrome Fear Of Missing Out (FOMO, por sus siglas en inglés), caracterizado por el deseo de estar continuamente conectado con lo que otros están haciendo. Este fenómeno se ha asociado con trastornos como la depresión, la falta de calidad del sueño e, incluso, con el aumento en el consumo de alcohol. 

Esta experiencia que les cuento fungió también como una oportunidad, como un ejercicio para probarme a mí misma que tengo el control de no dejar que estas plataformas y sus mensajes distorsionen mi estabilidad emocional y cognitiva, porque quieran o no, estas habilidades se ven afectadas. 

Aún teniendo cerradas las cuentas que me consumían, me declaro culpable de usar el celular desde los primeros segundos en la mañana como si este me fuera a decir “buenos días” (literalmente).

No estamos hechos para ser multitasking y estar conectados todo el tiempo no ayuda para nada en ejercitar nuestras habilidades cognitivas. Al contrario: nos mantiene atrapados en esta línea de estrés, urgencia y saturación informativa: tendencias, chismes de espectáculos, noticias, etcétera.

Además, muchas veces la información que llega a nosotros, que ya no solo son de medios verificados, afecta nuestra visión; ahora somos personas que consumen y crean contenido, tenemos esta facilidad de comunicar al instante, de influir y ser influidos. Somos vulnerables a una constante sobreexposición de contenido que apela a lo emocional. 

Sé que mi generación y muchas otras crecimos con la innovación, desarrollo y auge de las redes sociales, y que no las dejaremos de usar porque también son medios de comunicación necesarios para construir vínculos y formar parte de la discusión pública, pero tenemos que ponerle un límite a la presión social que representa la necesidad de estar publicando y consumiendo contenido e información todo el tiempo. Ese límite es necesario para nuestra propia salud. 

¿Qué pasaría si nos desconectamos todos por un rato, por varios días? ¿Se acabará el mundo? No, no lo creo. 

Con el objetivo de motivar la participación ciudadana y para garantizar un tratamiento informativo adecuado frente a los contenidos presentados, los invitamos a escribir a agencia2@udem.edu en caso de dudas, aclaraciones, rectificaciones o comentarios.

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