La crisis silenciosa del sueño en las nuevas generaciones

Dormir mal se ha vuelto parte de la rutina. Entre pantallas encendidas hasta la madrugada, tareas acumuladas y horarios imposibles, los adolescentes y jóvenes están durmiendo menos y peor que nunca. Lo preocupante no es solo el cansancio del día siguiente, sino las consecuencias que esta falta de sueño está dejando en la salud mental.
Un estudio británico citado por Euronews (2025) reveló que los problemas de sueño a los 14 años están directamente relacionados con un mayor riesgo de conductas de autoagresión a los 14 y 17 años. Esto significa que el descanso no es solo un tema de energía o rendimiento, sino un factor que puede marcar la diferencia entre el bienestar y el sufrimiento emocional. Los investigadores destacaron que dormir mal desde edades tempranas puede aumentar la vulnerabilidad a problemas psicológicos graves en la adolescencia y la adultez.
La falta de sueño se ha convertido en una crisis silenciosa. No tiene la visibilidad de otros problemas de salud, pero sus efectos están en todas partes: jóvenes con ansiedad, estrés constante, irritabilidad, falta de concentración y un cansancio que no desaparece ni con un café doble. El sueño debería ser una prioridad, pero la sociedad lo trata como un obstáculo. Dormir es visto como perder el tiempo, cuando en realidad es lo que nos permite funcionar.
La Cadena SER (2025) analizó recientemente las razones por las que dormimos tan mal. Según su reportaje, los horarios sociales —especialmente en países como España y México— están desalineados con los ritmos naturales del cuerpo. Las jornadas laborales y escolares terminan tarde, las cenas se retrasan y el tiempo libre suele comenzar justo cuando el cuerpo debería descansar. A eso se suma el uso excesivo de pantallas, que no solo roba horas de sueño, sino que altera la producción de melatonina, la hormona que regula el descanso.
Los adolescentes, además, viven bajo una presión constante. Entre las tareas, las redes sociales y la necesidad de “estar disponibles” todo el tiempo, el descanso pasa a segundo plano. Muchos jóvenes se acuestan con el celular en la mano, desplazándose sin darse cuenta de que esas luces azules que iluminan sus rostros los desvelan aún más. La idea de desconectarse se vuelve casi imposible en un mundo que exige conexión permanente.
Las consecuencias de esta falta de sueño van más allá del simple cansancio. KidsHealth explica que dormir poco o mal puede generar insomnio crónico, depresión y ansiedad. También afecta el aprendizaje, la memoria y el estado de ánimo. El cuerpo necesita esas horas de descanso para recuperarse, procesar la información del día y mantener el equilibrio emocional. Cuando ese ciclo se interrumpe, el cerebro se satura.
El problema es que nadie nos enseña a dormir. Desde pequeños se nos repite que hay que estudiar, trabajar y ser productivos, pero rara vez se nos dice que el descanso también es parte del éxito. Dormir bien requiere hábitos: tener horarios consistentes, evitar pantallas antes de acostarse y crear un entorno tranquilo. Sin embargo, en una sociedad que celebra la productividad constante, descansar se siente casi como un acto de rebeldía.
La crisis del sueño en los jóvenes es un problema serio y creciente, aunque no siempre visible. No se trata solo de ir a la cama más temprano, sino de cambiar la forma en que entendemos el descanso. Ignorar la calidad del sueño es comprometer la salud física y mental de toda una generación.
El sueño no es un lujo, es una necesidad. Es el momento en que el cuerpo se repara, la mente se calma y el alma se recarga. No podemos formar adultos saludables si seguimos subestimando el poder de una buena noche de sueño.
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