
Memorias, anécdotas y confesiones: una conversación con Manuel Lapuente
Por: Miguel Ángel Lapuente Franco
En la primera de 2013 viajé a Puebla. El motivo era la entrevista que había aceptado darme Manuel Lapuente, director técnico en ese momento del equipo de la ciudad. Me citó en las instalaciones una hora antes de su entrenamiento y me garantizó 25 minutos de su tiempo. Sin embargo, al final terminamos platicando más de una hora.
En esas fechas la coyuntura se centraba en el torneo que estaba haciendo con La Franja, un equipo limitado de recursos que pelea constantemente por no descender; los recientes cambios anunciados por la Federación Mexicana en torno a la Liga MX y la situación de la Selección Mexicana.
Esos temas, a final de cuentas, los abordamos. Pero mi curiosidad no se limitó a los hechos de la agenda más reciente y le pregunté sobre sus inicios como futbolista, su desarrollo como director técnico, sus equipos más queridos y aquel Mundial del 98 que forma parte de la memoria colectiva de toda una generación de aficionados. En el marco de su fallecimiento el pasado 25 de octubre, recupero esa parte de la conversación.
¿Cómo llegaste a los Rayados de Monterrey y qué sucedió para que debutaras en Primera División?
Se dio por una pequeña mentira. Jugaba en un equipo del empresario Joaquín Vargas, quien tenía mucha fe en mí. Él me trajo a Monterrey y me presentó con el presidente del equipo: Lorenzo Garza Sepúlveda. Me dieron dos semanas de prueba y, si me quedaba, me iban a dar una beca en el TEC. Y esa fue la mentira, a mi papá le había dicho que me iba porque ya tenía la beca. En fin, el entrenador en ese entonces era el uruguayo Roberto Scarone, quien era muy exigente. Y me fue muy bien, me quedé. Recuerdo también que había grandes jugadores en el equipo, como Claudio Lostanau, que para mí es uno de los mejores futbolistas que ha venido a México. De hecho, Claudio se acercaba constantemente a Scarone y le preguntaba: “¿De dónde sacó a este chamaco?”, refiriéndose a mí. Eran tiempos en los que el béisbol todavía era el deporte predominante en la ciudad, pero el fútbol empezaba a crecer. En gran parte, por ese equipo.
En 1973, ya cuando eras jugador del Puebla, estuviste en la alineación de un partido contra el América y metiste tres goles para darle una victoria temporal al equipo poblano. Iba 3-2 el marcador hasta que el árbitro –el famoso Arturo Yamazaki– anuló el partido. ¿Qué pasó, cómo recuerdas los hechos?
Déjame decirte algo más. Durante un tiempo trabajé en Televisa y tengo amigos muy queridos ahí, pero sé que el video de ese partido no existe, desapareció. Por cierto, José Ramón Fernández estaba narrando ese partido para Televisa Puebla. Desapareció el partido y desaparecieron mis tres goles. Fue un partido muy interesante en el que el genio de Nacho Trelles, que era nuestro entrenador, se distinguió. Hizo una formación y preparó el partido de una forma que para el minuto 20 ya íbamos 2-0 y para el inicio del segundo tiempo, 3-0. Pero al final desapareció.
¿Y qué pasó en los vestidores? Se habla de una bronca con los árbitros.
Creo que esto no se lo he contado a nadie más. Vaya, nunca he dado mi versión de los hechos porque Nacho Trelles nos había prohibido dar declaraciones. Faltaban cinco minutos para terminar el partido y entonces le cometen una falta a Martín Ibarreche. Nacho Trelles se mete a la cancha para ver a su jugador porque le habían dado una patada muy fuerte y Yamazaki se acerca y le dice: “Te vas tú o me voy yo”. Nacho se voltea para salirse de la cancha, pero pone sus manos atrás de la nuca como protesta y ahí suspenden el partido. Ya en los vestidores empezamos a escuchar golpes en la puerta de los árbitros. Era Nacho que estaba fúrico. De pronto sale Guillermo Cañedo, que en ese entonces era presidente del América, acompañado de un periodista. Como Nacho no dejaba de gritar, don Guillermo, que era un tipazo y lo conocía de toda la vida le dijo: “Ya no hagas payasadas”, y Nacho le contestó: “las mismas payasadas hacía en tu equipo y no decías nada”. Al final se repitió el partido y volvimos a ganar.
¿Qué representó la figura de Nacho Trelles para Manuel Lapuente?
De niño tenía un tío que se llamaba Ricardo, el cual me daba clases de biología. Estaba en primero o segundo de secundaria. Tenía 13 o 14 años y el estudio me costaba mucho. En alguna ocasión me cuestionó mi compromiso con los estudios y le contesté que yo quería estar jugando fútbol y que a eso me iba a dedicar. Al escuchar eso me señaló que la carrera de un futbolista era muy corta, entonces le dije que yo iba a ser entrenador cuando me retirara o periodista deportivo. “¿Para qué sirve la biología?”, me atreví a preguntarle. Te cuento esto porque desde que era muy joven lo tenía claro, pero hubo un momento en mi carrera en el que perdí esa ilusión y Nacho Trelles me la devolvió. Tenía 26 años y estaba casi retirado a pesar de ser muy joven. Habían pasado cosas con mis entrenadores que no vale la pena mencionar. Ya como jugador del Puebla no tenía muchos minutos y no me daban explicaciones hasta que llegó Nacho. Ya habíamos trabajado antes, cuando en la Selección me llevó a los Panamericanos de 1967 y ganamos una Medalla de Oro. En Puebla se dio otra vez la oportunidad de trabajar con él y volvió a nacer la esperanza de convertirme en técnico. Durante sus primeros 18 juegos no fui titular, hasta que me metió y no me volvió a sacar. A partir de ahí logré regresar a la Selección y, desafortunadamente, me tocó ser parte de la generación que perdió la clasificación en Haití en el 73. Pero volver a trabajar con Nacho me regresó la ilusión, pensaba: “esto es lo que es ser director técnico”. Fue un gran maestro.
La comunidad del fútbol te identifica con tres equipos: el Puebla, el Necaxa y el América. Sin embargo, quisiera saber con cuál se identifica más Manuel Lapuente?
El corazón se reparte, como con los hijos. Adoro al Necaxa, por el Necaxa fui a la Selección y como jugador con ellos fui campeón goleador. Al Puebla, sin duda, lo tengo en mi corazón. En el América fui campeón y lo disfruté mucho. Entonces insisto: los equipos son como los hijos. De hecho, hay algunos otros de los que nadie se acuerda que fueron muy importantes para mí.
¿Cómo cuáles?
Tigres, por ejemplo. Los salvé dos veces del descenso. La segunda vez que me hablaron, de hecho, no sólo los salvé, los clasifiqué a la liguilla. Mi primera etapa fue en 1986, antes del Mundial. Quizá no mucha gente lo tiene en el radar, pero yo le di la idea al rector de hacer las instalaciones de Zuazua. Porque Tigres no tenía lugar donde entrenar, a veces nos mandaban al estacionamiento del Estadio. Venía el famoso Prode, en 1986, y los directivos me preguntaron qué refuerzos íbamos a traer. Posteriormente, en una comida con el rector y con esos mismos directivos les dije: “lo que este equipo necesita son canchas de entrenamiento”. Una semana después me habló el rector para decirme que ya tenía el terreno, pero que estaba muy lejos. Entonces le hice la referencia del Cruz Azul, que había sido campeón con sus instalaciones en Hidalgo. ¿Por qué no funcionaría para los Tigres? “Tiene razón, señor Lapuente”, me dijo. Y se hizo, me tocó poner la primera piedra.
Tuviste la oportunidad de dirigir a la Selección en Francia en 98. Recuerdo que en los partidos de preparación, en una gira que se dio por Europa, no les fue bien y surgieron muchas críticas. ¿Qué pasó con aquel equipo, qué motivó el cambio que se vio en los partidos del Mundial?
Tuve poco tiempo para preparar al equipo, cerca de seis meses. Y a un equipo no lo puedes preparar ganando. Cuando ganas, todo el mundo es pavo real y no se puede apreciar quién tiene carácter. Sin embargo, en las derrotas aprendes quién aguanta. Incluso a los directivos les dije que deliberadamente iba a hacer un camino de piedras antes del Mundial, pero que no se preocuparan, que nos iba a ir bien. Y bueno, yo estaba seguro que teníamos que escoger jugadores de carácter, de fuerza mental, que fueran descarados y que no les diera miedo jugar contra las mejores selecciones del mundo. Porque ya había antecedentes de generaciones que se prepararon en ciertos contextos que les permitieron ganar y ganar, y al final terminaron en fracasos, como en Argentina, en 1978. Y al final no creo que me haya equivocado, de esa generación destacaron Cuauhtémoc Blanco, Luis Hernández, Ricardo Peláez, Francisco Palencia y Pavel Pardo, entre otros. Muchas personas me han preguntado qué hacía en los tiempos de descanso, porque la Selección le daba vuelta a los partidos en la segunda parte de los encuentros. Y yo lo único que hacía era recordarles quiénes eran y por qué estaban ahí. Nada más.
¿Existe la escuela “Lapuentista”?
No creo en ella. Vaya, quizá algunas de las personas que trabajaron conmigo aprendieron a cómo no hacer las cosas conmigo y otros sí decidieron adaptar algo a su trabajo. Pero no me gusta la etiqueta. Yo no hice esto pensando en que era maestro de algo. Sé que hay algunas personas que trabajaron conmigo que lo expresaron y lo aprecio mucho, pero para mí sería una falta de respeto a los verdaderos maestros de vocación asumirse como tal. Todo eso fue una rivalidad que sacaron con Ricardo La Volpe y se le dio más importancia de la que debería.
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