Meta y sus gafas con IA: ¿estamos viendo el futuro?

Si existiera una oferta que consistiera en otorgar una gran suma de dinero a cambio de permitir que una cámara de vigilancia grabara las 24 horas del día, probablemente muchos la rechazarían. El motivo es sencillo: la privacidad es vital para vivir, pues el modo particular en que experimentamos nuestras vivencias da forma a nuestra subjetividad, la cual incorpora convicciones y pensamientos propios. Es natural que no todo el mundo desee compartirlos.
Ahora bien, imaginemos un mundo en el que las personas aceptaran aquella oferta, con la única diferencia de que pagarían a cambio de ser vigiladas. A muchos les parecería irreal e incluso ridículo el solo hecho de pensarlo. Pero ese mundo, aunque cueste creerlo, ya corresponde al presente.
Meta ha sorprendido a muchos con su innovación tras lanzar un producto singular: gafas que cuentan con un asistente de IA contextual y reconocimiento de lo que el usuario ve, además de micrófonos y, por supuesto, grabación de video en alta resolución. Lo que antes imaginábamos como un futuro lejano –algo propio de la ciencia ficción o de un tiempo en que ya no estuviéramos para presenciarlo– hoy está a la puerta, y parece tener a muchos muy contentos. No obstante, conviene formular una pregunta con sinceridad: ¿es este invento verdaderamente necesario o solo una modalidad más para entregar nuestra información deliberadamente en nombre del avance tecnológico?
Las gafas desarrolladas por Meta tienen el propósito de reemplazar al smartphone en el futuro. Zuckerberg ha elegido este formato porque, al tratarse de un accesorio, resulta práctico para los usuarios portarlas durante su día. Además, cuentan con la ventaja de incluir una batería portátil y un diseño similar al de unas gafas Ray-Ban. Falta mencionar su pantalla flotante que, junto con el asistente personal integrado, promete una navegación más rápida y eficiente al mostrar notificaciones, datos importantes y reproducir música. Sin embargo, antes de emocionarnos, es preciso considerar que si el conocimiento es poder, entregar el poder de conocernos a quien se encuentra detrás de una tecnología como esta sería imprudente, por no decir peligroso. Tratar las experiencias únicas que vivimos como si fueran completamente susceptibles de ser compartidas, capturadas y reproducidas sin problema alguno es aceptar nuestro propio naufragio.
Resulta irónico pensar en la cautela con que solemos tapar las cámaras frontales de nuestras computadoras, cuidar lo que decimos frente a nuestros dispositivos móviles o guardarlos en momentos importantes, y, al mismo tiempo, aceptar unas gafas que van mucho más allá de ver o escuchar al usuario: prácticamente ven con su mirada.
El conocimiento de que las cámaras de los dispositivos se encienden en momentos no autorizados por el usuario no es una noticia nueva. Como afirma una nota publicada en The Guardian, todo lo que hacemos está siendo grabado. Por si esto no fuera suficiente, un artículo de Private Eye, de la Universidad de Cornell, demuestra cómo el reflejo de los anteojos proyectado durante videoconferencias basta para filtrar información textual de lo que ven los usuarios mientras permanecen conectados.
Suele decirse que el ojo es la lámpara del alma. Partiendo de esta premisa, ¿qué motivos tenemos para permitir que la tecnología llegue tan profundo? ¿En qué nos beneficia como usuarios? ¿Quién –y qué– está ganando con esto? Desde influir en lo que consumimos o en nuestro estilo de vida, hasta entregar nuestra cotidianidad a quienes podrían usar esa información para manipularnos, estos son algunos de los riesgos posibles de utilizar tales gafas. Es prestar nuestros ojos, regalar nuestra vida.
Posiblemente muchos argumentarán que no tienen nada que ocultar y que, debido a la vida común que llevan, no les molestaría ser vigilados. A quienes piensan así, les dejo estas palabras de Edward Snowden:“Argumentar que no te importa el derecho a la privacidad porque no tienes nada que ocultar es lo mismo que decir que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir.”
Antes de aplaudir un avance tecnológico –incluso si supera los aparatos de la ciencia ficción dignos de un héroe–, deberíamos reflexionar sobre cuánto hemos permitido que el agua hirviendo en la que nos han colocado se sienta tibia poco a poco. La falta de discernimiento respecto a lo que aceptamos como sociedad marca el inicio de un camino que conduce a la perdición, precisamente por relajarnos y dejarlo pasar.
Con el objetivo de motivar la participación ciudadana y para garantizar un tratamiento informativo adecuado frente a los contenidos presentados, los invitamos a escribir a agencia2@udem.edu en caso de dudas, aclaraciones, rectificaciones o comentarios.
