Interferencia total

Interferencia total


Gael Garcia Sandoval
Por: Gael García Sandoval

La tecnología que actualmente portamos en nuestras manos es el producto de avances a pasos agigantados. ¿Quién recuerda hoy en día el lanzamiento del primer teléfono portátil de Motorola —el DynaTAC 8000X— en 1973, o los primeros Sony Ericsson, en el ya lejano 2001? Ambos modelos hicieron historia, aunque lo cierto es que el parteaguas de los smartphones que hoy conocemos llegó de la mano de Apple en 2007, con la aparición del primer iPhone, suceso que cambió por completo la escena de los móviles y mejoró las conexiones a nivel global.

Algunas de las primeras plataformas jugaron un papel importante en el lanzamiento del primer iPhone al mercado; a saber: Facebook, MySpace y Skype, junto con Messenger. Es así que, en poco menos de 30 años, hemos presenciado uno de los mayores avances en el campo de la tecnología, de manera concreta en el área de la tecnología social.

Estamos ya lejos de la denominada “edad dorada”, nombre que se le da al periodo de auge de las redes sociales y sus apps, cuando la demanda estaba al máximo. Actualmente, enfrentamos un fenómeno más preocupante, apenas discutido a raíz de la pandemia y sus secuelas.

Sobre este tema, Héctor Fox, especialista en social media y analista de datos, expresó su preocupación: “Contenido a bocajarro, cambios constantes de algoritmo y la sensación de spam por todas partes. Los algoritmos se están especializando en hacer que te quedes pegado al contenido, pero no como lo hace el Cirque du Soleil, sino como lo hacen los casinos. Las marcas quieren subirse al carro, pero ya no vale solo con ads; ahora toca aportar contenido real. Se popularizan la IA y la realidad virtual. La dopamina de que con cualquier contenido te puedas viralizar es el leitmotiv en TikTok”.

Venimos saliendo de la aceleración que tuvieron las redes durante las épocas pre y pospandemia (2018–2022). Hay anuncios que nos vemos obligados a esquivar como balas, información sin filtrar que entra y sale, y tendencias y algoritmos que no parecen durar.

Con todo esto, han surgido problemas como la circulación de imágenes que pueden distorsionar la percepción de la realidad y alterar la manera en que miles de personas se ven a sí mismas, generando problemas e ideas erróneas o fabricadas. Del mismo modo, persiste la falsa sensación de bienestar y la dopamina que pueden producir las propias plataformas.

Un artículo titulado El impacto de las redes sociales en la salud mental de los adolescentes, publicado por la University of Utah Health, asegura: “Los usuarios están obsesionados con la gratificación instantánea y, en algunos casos, basan su valía o su imagen en las fotografías que ven y en la cantidad de ‘me gusta’ que reciben en sus publicaciones”.

Además de lo anterior, existen dependencias excesivas que han disminuido las interacciones cara a cara, debilitando los vínculos personales y generando variantes como inseguridades, cultura de la comparación y búsqueda de validación, lo cual representa un desafío para la salud mental.

La propia OMS ha señalado el riesgo latente que existe actualmente: “El aumento del uso problemático de las redes sociales entre los adolescentes genera gran preocupación sobre sus posibles impactos. Investigaciones previas han revelado que los usuarios problemáticos de las redes sociales también reportan un menor bienestar mental y social, así como mayores niveles de consumo de sustancias”.

Las consecuencias y el rezago son claramente visibles en nuestra sociedad. Una pregunta surge de esta situación: ¿qué podemos esperar? Entre las posibles respuestas están las conexiones fallidas y las relaciones perdidas; pero, como pinta el panorama, lo que predomina es la incertidumbre respecto al curso que tomarán las cosas. Esto se debe a que las regulaciones actuales son escasas frente al vasto espacio del Internet y sus derivaciones.

Estamos en un estado de total interferencia. Y aunque se buscan soluciones entre foros y preguntas a chatbots, la verdadera respuesta está en nuestras manos. Dejemos de pensar en un “like”, en una vista. Hay que dirigir nuestra mirada al daño real que estamos haciendo a las generaciones actuales y abordarlo de una manera más humana.La tecnología que actualmente portamos en nuestras manos es el producto de avances a pasos agigantados. ¿Quién recuerda hoy en día el lanzamiento del primer teléfono portátil de Motorola —el DynaTAC 8000X— en 1973, o los primeros Sony Ericsson, en el ya lejano 2001? Ambos modelos hicieron historia, aunque lo cierto es que el parteaguas de los smartphones que hoy conocemos llegó de la mano de Apple en 2007, con la aparición del primer iPhone, suceso que cambió por completo la escena de los móviles y mejoró las conexiones a nivel global.

Algunas de las primeras plataformas jugaron un papel importante en el lanzamiento del primer iPhone al mercado; a saber: Facebook, MySpace y Skype, junto con Messenger. Es así que, en poco menos de 30 años, hemos presenciado uno de los mayores avances en el campo de la tecnología, de manera concreta en el área de la tecnología social.

Estamos ya lejos de la denominada “edad dorada”, nombre que se le da al periodo de auge de las redes sociales y sus apps, cuando la demanda estaba al máximo. Actualmente, enfrentamos un fenómeno más preocupante, apenas discutido a raíz de la pandemia y sus secuelas.

Sobre este tema, Héctor Fox, especialista en social media y analista de datos, expresó su preocupación: “Contenido a bocajarro, cambios constantes de algoritmo y la sensación de spam por todas partes. Los algoritmos se están especializando en hacer que te quedes pegado al contenido, pero no como lo hace el Cirque du Soleil, sino como lo hacen los casinos. Las marcas quieren subirse al carro, pero ya no vale solo con ads; ahora toca aportar contenido real. Se popularizan la IA y la realidad virtual. La dopamina de que con cualquier contenido te puedas viralizar es el leitmotiv en TikTok”.

Venimos saliendo de la aceleración que tuvieron las redes durante las épocas pre y pospandemia (2018–2022). Hay anuncios que nos vemos obligados a esquivar como balas, información sin filtrar que entra y sale, y tendencias y algoritmos que no parecen durar.

Con todo esto, han surgido problemas como la circulación de imágenes que pueden distorsionar la percepción de la realidad y alterar la manera en que miles de personas se ven a sí mismas, generando problemas e ideas erróneas o fabricadas. Del mismo modo, persiste la falsa sensación de bienestar y la dopamina que pueden producir las propias plataformas.

Un artículo titulado El impacto de las redes sociales en la salud mental de los adolescentes, publicado por la University of Utah Health, asegura: “Los usuarios están obsesionados con la gratificación instantánea y, en algunos casos, basan su valía o su imagen en las fotografías que ven y en la cantidad de ‘me gusta’ que reciben en sus publicaciones”.

Además de lo anterior, existen dependencias excesivas que han disminuido las interacciones cara a cara, debilitando los vínculos personales y generando variantes como inseguridades, cultura de la comparación y búsqueda de validación, lo cual representa un desafío para la salud mental.

La propia OMS ha señalado el riesgo latente que existe actualmente: “El aumento del uso problemático de las redes sociales entre los adolescentes genera gran preocupación sobre sus posibles impactos. Investigaciones previas han revelado que los usuarios problemáticos de las redes sociales también reportan un menor bienestar mental y social, así como mayores niveles de consumo de sustancias”.

Las consecuencias y el rezago son claramente visibles en nuestra sociedad. Una pregunta surge de esta situación: ¿qué podemos esperar? Entre las posibles respuestas están las conexiones fallidas y las relaciones perdidas; pero, como pinta el panorama, lo que predomina es la incertidumbre respecto al curso que tomarán las cosas. Esto se debe a que las regulaciones actuales son escasas frente al vasto espacio del Internet y sus derivaciones.

Estamos en un estado de total interferencia. Y aunque se buscan soluciones entre foros y preguntas a chatbots, la verdadera respuesta está en nuestras manos. Dejemos de pensar en un “like”, en una vista. Hay que dirigir nuestra mirada al daño real que estamos haciendo a las generaciones actuales y abordarlo de una manera más humana.

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