Nepal en crisis: lo que enfrenta tras la caída de un gobierno corrupto


Alonso Zepeda Nervrez
Por: Alonso Zepeda

Nepal está sufriendo una de las crisis políticas y sociales más complicadas de su historia, originada por el choque entre un gobierno corrupto y el desafío que los jóvenes han planteado frente a él. El resultado ha sido una guerra interna que genera temor y suspenso, mientras la decepción de los nepalíes, hartos de tolerar corrupción e injusticias, parece ganar fuerza.

La revuelta surgió de protestas en distintos puntos del país, encabezadas por jóvenes, y se desarrolló a lo largo de septiembre. Al principio, sus reclamos se dirigieron contra la prohibición gubernamental de las redes sociales, aunque este motivo fue solo la gota que derramó el vaso. Poco a poco, las protestas mostraron un trasfondo más amplio, evidenciando el descontento hacia el gobierno en temas diversos: corrupción, autoritarismo y falta de oportunidades económicas se revelaron como causas que operaban detrás de las primeras manifestaciones. Además, el propósito de quienes protestaban se unificó: poner fin a un régimen que tomaba decisiones basadas en intereses particulares antes que en la sociedad civil, llegando a actuar en contra del bienestar común.

Las manifestaciones alcanzaron su punto crítico entre el 8 y el 13 de septiembre. En ese periodo, inferior a una semana, una brutal represión estatal dejó al menos 22 civiles muertos y cientos de heridos. Mientras tanto, ante el caos en las calles, la nación fue testigo de la renuncia del primer ministro KP Sharma Oli, quien cedió a la presión. Sin embargo, el problema que enfrenta ahora Nepal va mucho más allá de controlar a civiles inconformes: las instituciones gubernamentales están en su punto máximo de quiebre, lo que genera incertidumbre y poca esperanza sobre la estabilidad y dirección política futura. A este panorama se suma que la renuncia del primer ministro abrió el escenario a la participación de las fuerzas armadas y a la influencia geopolítica de potencias extranjeras —entre ellas India, China y Estados Unidos—, que mantienen intereses estratégicos en la región.

Los sucesos reflejan las fallas de un sistema político lleno de corrupción, injusticias y abusos de poder, y al mismo tiempo manifiestan el despertar de un pueblo joven que exige un cambio en la estructura política del país. Los nepalíes esperan una transformación efectiva, transparente y justa, que ofrezca oportunidades, mejoras económicas, justicia y la recuperación del poder nacional frente a la presión de países externos. Esta presión proviene de la dependencia que Nepal mantiene respecto a naciones extranjeras carentes de interés en el bienestar de su población. Sin embargo, el propio gobierno, a causa de su corrupción y abusos de poder, ha dañado no solo la imagen del país, sino también la confianza social en sus instituciones. La renuncia del primer ministro evidenció la fragilidad de un poder estructural propenso al colapso interno, en un punto crítico para garantizar los derechos de la ciudadanía.

La crisis constituye una alerta y un llamado urgente a transformar la estructura política y administrativa del país, para garantizar justicia, democracia, fin de la corrupción y reducción de influencias externas movidas por intereses individualistas. También es un llamado a la esperanza encarnada en los jóvenes, futuro del país. Solo a través de este cambio podrá Nepal, tras años de abusos externos, fallos económicos y corrupción, encaminarse hacia un futuro mejor, donde su juventud no deba recurrir a la violencia para expresar su inconformidad y donde la nación se convierta en símbolo de esperanza y justicia social.

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